Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Zaida Gutiérrez

Un sueño tejido a mano

Málaga es un municipio de Santander empotrado en la cordillera oriental y conocido como “El Valle de los Cercados”. Allí se teje una historia de valentía y ternura protagonizada por una mujer de 62 años, cuya memoria ha ido bordando, con sutileza, el recuerdo de una tragedia familiar, hilada tras hilada y día tras día.

Esta historia comenzó en Bucaramanga, donde doña Zaida Gutiérrez vivía en la comodidad de un hogar de clase media, integrado por sus tres hijos y don Horacio Pereira Uribe, transportador de la empresa de buses Copetrán, quien fue secuestrado cuando agonizaba la década de los 90.

“Recuerdo que el primer conductor que se llevaron fue a mi esposo y a su ayudante, a quienes tuvieron en una casita, por allá lejos, durante 12 días, que para mí fueron interminables”.

A pesar de los traumas sicológicos que el rapto le dejó a don Horacio, pudo recuperarse con sus medicinas, y tras superarlo volvió a su trabajo. Así, esta pareja de bumangueses, –como cuenta doña Zayda– juntó una ‘platica’ y compraron un bus. También obtuvieron el crédito para la casa, como es el sueño del promedio de las familias colombianas.

Sin embargo, el destino, que pasa demasiado tiempo hablando con la muerte, conspiró contra la familia Pereira Gutiérrez, y el 25 de mayo de 2005, a través de una persona conocida de doña Zaida, anunció la tragedia:

– El viejo se nos fue –dijo la mujer.
– ¿Para dónde? –preguntó Zaida–. ¿Para dónde se nos fue? –repitió.

Don Horacio Pereira Uribe había caído muerto en medio de un combate entre el Ejército y los grupos armados ilegales, en Puente Coco, vía Arauquita-Panamá, en el departamento de Arauca.

Con su muerte no solo vino el dolor, que suele subir por la sangre como lava hasta explotar en los ojos, sino también los problemas económicos. “Perdimos el vehículo y la casa, pues no la pude seguir pagando y tuve que entregársela al banco que me la estaba financiando”, dice doña Zaida.

Las manos inmóviles. Los párpados inmóviles. Las palabras inmóviles. Pero el corazón, con esa firmeza que empuja a quitarse las esquirlas de la vida, latía por encontrar un nuevo futuro. “Quería alejarme de todo. Ya no estaba mi esposo, entonces qué sentido tenía seguir en Bucaramanga, así que me fui derechito con mis tres muchachitos hacia Málaga, con la ilusión de empezar de nuevo y ver a mis hijos formados profesionalmente”, narra.

Así, en principio, su alma acurrucada por el recuerdo herido comenzó a erguirse y a recoger las cenizas de su vida. Y para pasar los ratos empezó a crear prendas a base de lana de oveja. Al poco tiempo vio que era algo rentable y que de ello podría vivir. Entonces se capacitó y aprendió la técnica de aquella herencia que dejaron los indígenas, transformada en la época de la Colonia, y comenzó a confeccionar una forma de vivir que lleva 7 años.

Y fue hace dos años que tomó la iniciativa de montar su propio negocio: Arte Málaga, que funciona en un pequeño local en el centro de esta población.

“Al comienzo usaba lanas que traían del Perú o Ecuador, pero a raíz de que no eran naturales, preferí comprarlas a los campesinos del páramo de Málaga, que trabajan exclusivamente con ovejas vírgenes, es decir, que la extraen cuando el animal tiene entre 14 y 15 meses”, cuenta Zaida.

Después de que Arte Málaga creció, Zaida pudo contratar a otras mujeres. Eso sí, ella misma las capacitó. Ahora son alrededor de 6 mujeres las que sacan adelante la empresa y tejen la vida en el municipio. Es un proceso bonito y digno de reseñar:

Todo comienza en el páramo pues desde allí llega la lana. Después todo trascurre en el taller, que se convierte en un centro de arte en el que cada una cumple una función importante: el lavado, la esquilada, la pulida, etc., y aunque todavía usan lanas tradicionales y telares de cuatro pedales, de esos que son sostenidos por ‘lazitos’ y ‘cabullitas’, estas mujeres le dan un toque de originalidad a sus sueños a la hora de producir sacos, cobijas, ruanas, tapetes, guantes, calcetines, suéteres y mochilas, entre muchos otros.

Pero hay un ingrediente que no está en la lana ni en los bastidores: es el buen genio –paradójico, sí– de esta santandereana. A pesar de que es estricta en su trabajo, sabe tratar con dulzura a las demás mujeres que le ayudan; no obstante, es ella la encargada de diseñar los pequeños detalles que, como en la vida, dan un toque especial a las cosas.

Ya en Málaga se dio cuenta que, con la aprobación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, ella y sus hijos tenían derechos a diferentes medidas de reparación. Entonces, con el valor que siempre la ha caracterizado, Zaida desempolvó la carpeta en la que guardaba el denuncio que había presentado en la Fiscalía años atrás por la muerte de su esposo, puso en una tula las fotocopias de la cédula, del acta de defunción y del certificado de los hijos, se dirigió a la Personería de Bucaramanga y declaró su condición de víctima del conflicto armado.

Pasaron tres meses antes de volver a la capital de Santander –el tiempo que estima la Ley para incluir a las personas declarantes en el Registro Único de Víctimas–, pero se llevó una sorpresa: los documentos no aparecían; regresó a Málaga y recuperó el tiempo.

“Ya estaba entusiasmada, de modo que trabajé muy duro una semana, volví a reunir los papeles y viajé otra vez a Bucaramanga. Entonces le dije a la señorita que me atendió que por favor yo quería ver cuando ella escaneara los documentos y los enviara a Bogotá, pues no podía darme el lujo de que me los embolatara otra vez”, dice Zaida.

Al poco tiempo fue sorprendida por una llamada: “Eran de la Unidad para las Víctimas, que me decían que tenía derecho a la indemnización y que ya estaba lista mi carta cheque. Pensé que mi negocio reventaría de bendiciones y así fue”, narra.

Ella aceptó el Programa de Acompañamiento e invirtió el dinero proveniente de la indemnización para fortalecer su negocio. Con once millones de pesos compró materiales de contado como nunca había podido hacer y también consiguió una vitrina para accesorios y exhibidores.

“No lo utilicé todo. Guardé una parte para pagarle de contado a los que me traen la lana, también pagué un mes de arriendo adelantado y cero deudas”, cuenta.

Hoy, Arte Málaga se ve mejor que cuando inició. Zaida ya no se siente sola y logró el sueño de ver a sus hijos profesionales. Ella es un ejemplo para las mujeres que tuvieron que realizar las exequias de sus esposos por culpa del conflicto armada interno, pero que también han rebautizado su vida.

Ahora, en las tardes soleadas su rostro es asaltado por delgados hilos amarillos que van coloreando sus mejillas para recordarle que el siguiente día será mejor. Regresa a casa, enciende el televisor y sintoniza Arcoma TV, el canal más visto por los malagueños. Si siente mucho frío va hasta la habitación y se coloca una de aquellas prendas con las aprendió a hilar la vida en estos 7 años.

A sus 62 años mantiene la lucidez de la juventud. Todos los días sale a la calle y recorre alegremente el centro de Málaga como si fuera una aldea reencontrada. Su mirada, ya no desangelada, fluye por el páramo hasta que finalmente –con las manos inmóviles, las palabras inmóviles, los párpados inmóviles– se posa en alguna de esas porciones de cordillera, exactamente, sobre las ovejas que dan inicio a este milagro.