Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Ludys Elvira de la Ossa

Canto a la Vida

El conflicto armado en el Cesar silenció muchas vidas. La gente callaba ante cualquier violación de los derechos y era paradójico ver que en un departamento rico en folclor, música y poesía, hasta los acordeones sintieran miedo.

En medio de este escenario, Ludys Elvira de la Ossa inició un liderazgo social que le trajo graves consecuencias a su vida personal. El 30 de marzo de 1996, cuando ejercía de edil, sufrió un atentado por sus denuncias contra grupos paramilitares, en el que resultó herido su hermano Lauro, de 14 años, y que originó el desplazamiento de toda su familia para esquivar esa persecución, que podía ser infatigable y agorera.

Le hizo fintas a la muerte hasta que, en el 2003, rastreó su casa en el barrio Dangond, en Valledupar, cuando el 13 de noviembre la ubicó con un grupo armado ilegal que asesinó a su hijo, de 19 años, quien padecía problemas de farmacodependencia.

Con el alma herida, casi amortajada, como después lo narraría en una bella canción de su autoría, Ludys soportó el dolor que le produjo la ausencia del joven. Pero al mes siguiente, el 6 de diciembre, de nuevo la desdicha le echaba sus esperanzas hacia atrás: uno de sus hermanos fue asesinado en Bogotá por paramilitares. Ya no le cabía más dolor al dolor.

La vida de esta mujer cambió. Ya no sonreía con la misma fuerza. En realidad, ya no sonreía. Y lo peor, esa suma de adversidades hicieron que la venganza y el rencor tiraran sobre ella su manto oscuro hasta cegarla. “Quería buscarlos y enfrentarlos. Decirles que aquí estaba yo, que si querían venir por mí que lo hicieran, pero que se atuvieran a las consecuencias”, cuenta.

Inició para Ludys la peor etapa en este camino: “Vinieron las persecuciones, el desplazamiento, ir de un lugar a otro sin rumbo fijo con mis otros dos hijos. Yo no tenía paz, es más, casi ni ganas de vivir”, dice mientras empieza a tararear la canción que 6 años después abriría el concierto de la vida, con tonadas que hablan del amor, la fe y la esperanza:

La tristeza que tenía, con la nostalgia se fue, 
Del corazón la saqué, ya no son mi compañía.

En mí reina la alegría y por nada se desplaza, 
El porvenir no se aplaza, les damos todo el cariño, 
Cuando juega y canta el niño:
La alegría vuelve a casa.

En el 2009 se da cuenta que hay otros rumbos, otros faros en la vida. Recuerda que por sus venas corre el folclor vallenato, que fluyen el paseo, el merengue, la puya y el son: es hija del juglar Julio de la Ossa, raíces que le soplan que con la música puede liberarse del dolor.

“Yo viví ese dolor en carne propia. Pero, cuando en la iglesia yo comenzaba a cantar música cristiana algo me decía que por ahí era el camino para seguir adelante y salvar a otros niños y familias de esta problemática social”, dice. Su alma ya no tenía “pena de bandoneón”, tenía sonrisa de acordeón.

Así inicia un trabajo social con niños, hijos del conflicto en Valledupar, y da origen a la fundación “Canto a la Vida”, en la que se dedica a enseñarles a los pequeños todos los secretos de la música Caribe, el sonido de las cajas, las acordeones, las guacharacas, en fin, les enseña a caminar moviendo las alas, les enseña a volar como las garzas en los esteros, libres y soberanas. Sus manos golpean sus piernas y sigue la canción:

Hoy soplan nuevos vientos, 
Hay aires de esperanza.
Se ve alegría en mi pueblo, 
Sonríen y alegres cantan.

Se escuchan los tambores, 
También se ven las danzas,

Igual los acordeones, 
Suenan con las guitarras, 
Me entusiasmo con eso,
Me regocija todita el alma.

“Hago con ellos lo que quise para mi hijo, que fuera un joven de principios, bueno y entregado a la música y –agrega– no quiero que se levanten con ese remordimiento, sino con algo de paz, de mucha tranquilidad, por medio del canto, del folclor, de las danzas, del deporte y también de todo lo que es la poesía”.

El proyecto reúne a 60 niños del casco urbano de Valledupar y tiene proyectado ampliarse hasta los corregimientos y a la zona rural donde también hay niños, niñas y jóvenes con secuelas del conflicto.

Sin olvidar aquel instante en que el barrio Dangond se enmudeció por esta y otras muertes, Ludys siguió adelante con su vida y la de sus dos hijos. La sonrisa se instaló nuevamente en su corazón y siguió su lucha social. “Desde el 2009 he sido una voz, un llamado al pueblo colombiano para hacernos sentir que estamos presentes”, dice.

Mirar a nuestros niños
Cerca de los ancianos
Tocando un instrumento
Cantando una canción. 
O escuchando una historia de sus tiempos pasados
Se quedan boquiabiertos como quedaba yo.

Hoy se le ve alegre. En su voz coquetea un festival de tamboras mientras cuenta cómo empezó la música a llegarle al alma: “Me alegraba cuando escuchaba los pájaros cantar. A veces, me iba para el río a ver la mansedumbre del agua. Eso me llenó de mucho amor y entusiasmo por la vida. Y porque me puse a ver que yo aún tenía a mis otros hijos, me puse en los zapatos de las otras personas y busqué esta forma de llegarle al pueblo”.

Con el apoyo de la Unidad para las Víctimas y su directora, Paula Gaviria, ha puesto todo su empeño para sacar adelante un proyecto que integra a la niñez cesariense víctima del conflicto armado y así lograr crecer sin rencor. Sabe que no es tarea fácil, pero le apuesta a cambiar el resentimiento por amor hacia el deporte, la cultura y el arte. Para ella, esta es la mejor medida de rehabilitación.

“Todas las canciones son inéditas. Estamos interesados en que los niños aprendan a tocar el bajo, la guitarra, lo clásico, etc., pues estamos mirando que los gobiernos y las corporaciones de afuera, del exterior, nos den el apoyo necesario”, sostiene.

Se está yendo el dolor
Se ha cambiado todo el pesar
Aquí hay nueva ilusión y se respira tranquilidad.

Al escuchar esta tonada, que siembran en la mirada dos estrellas tristes, aparece su hijo, su pequeño vallenato, que inspiró una letra que quedó casi ignota, pero que ella ha sabido completar y componer hasta dar paso a una de sus canciones más queridas: “Somos golondrinas”, porque cree que ella y otras madres que han perdido a sus hijos “no tienen nido, pero abren camino con el alma herida”.

En la actualidad, Ludys tiene 52 años y hace parte de las mesas municipal y departamental de participación, además, conforma el Subcomité de Cultura en Valledupar.

Aunque las canciones de “Canto a la Vida” no suenan en las emisoras locales, Ludys sueña con el día en que la música entre por las puertas y ventanas de cada hogar colombiano con más fuerza que la muerte que ha violentado con su trueno gris y lúgubre miles de hogares no solo en Valledupar, sino en muchos rincones de Colombia:

Somos sol naciente 
Flor de la mañana,
Liberador del futuro, de mi tierra colombiana…