Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Dina Pérez

Sandalias Linda, un negocio familiar en Montería

–¡Dios me premió con mi esposo y con mis hijos! –dice Dina Pérez mientras su sonrisa anuncia la poesía de sus siguientes palabras, un canto de alegría y esperanza, características propias de una mujer nacida en San Pelayo, ‘la capital folclórica’ de Córdoba, en donde fluye la danza y la euforia del río Sinú.

A diferencia de los pelayeros que apostaron su vida a la ganadería o de los que se la jugaron por el algodón, el sorgo, el maíz o el mismo ñame, tan típico de la región, Dina tomó otro rumbo, no precisamente porque fuera su decisión, sino porque a los doce años con sus hermanos mayores viajaron a Montería a estudiar, pues sus padres –doña Riquilda y don José– no querían que sus vidas fueran una fotocopia de la de ellos, que aun con la providencia del campo auguraba tiempos violentos.

En la perla del Sinú, Dina y sus hermanos aprobaron los estudios básicos. Ella, un poco más animada por la ciudad que entonces prometía grandes cosas, ingresó al Sena y realizó cursos de Atención al Cliente y sobre recepción de hoteles. Al comienzo no vio en ellos grandes transformaciones para su vida, pero hoy, con 38 años, tiene claro que haber hecho estos dos estudios técnicos le ayudó a desarrollar la habilidad necesaria para mantener su negocio, el que inició con el dinero proveniente de la indemnización recibida a causa de la muerte de uno de sus hermanos, y con el cual entró a hacer parte de las 2.165 víctimas indemnizadas en Montería.

Leonardo tenía 26 años, dos de ellos viviendo en Apartadó, capital del Urabá antioqueño, a donde llegó en busca de oportunidades laborales. Pero un día de septiembre de 1997, unos hombres llegaron hasta su casa, lo sacaron a empellones y lo asesinaron a pocas cuadras, hecho que Dina prefiere no recordar, pues cuando lo hace deja de rielar el día en sus ojos y un rocío lúgubre cae sobre su rostro.

“Al enterarnos pensamos inmediatamente en mi mamá. Sabíamos que le daría muy duro porque ‘Leo’ era el más apegado a ella. Aunque él vivía en Apartadó, siempre en el día de la madre iba hasta la casa y le llevaba flores, la invitaba a almorzar, le daba regalos; nunca en una Navidad faltaba su presencia”, dice cruzando los dedos.

Largas y pesarosas fueron las nueve horas que recorrió la camioneta de la empresa Rápido Ochoa, entre Montería y Apartadó, a donde llegaron Dina y otros hermanos por el cuerpo. Al pasar por Arboletes el mar estaba oscuro, luctuoso, pues a algunas horas de allí el conflicto había silenciado para siempre la canción que Leonardo solía entonar para alegrar las reuniones familiares.

Tras la muerte de ‘Leo’ la familia Pérez Chinchilla quedó profundamente afectada. Años más tarde moriría don José, no propiamente por grupos al margen de la ley, pero sí por la ley de Dios, infalible, pero más solemne, justa y comprensiva. Ahora, solo el amor y el cuidado de sus hijos en Montería contrarrestaba su soledad.

No se detuvieron. Cada hermano inventó algo para sobrevivir, más que a las dificultades económicas, al dolor. Dina se dedicaba a oficios varios y empezó a ir con más frecuencia a la iglesia cristiana para fortalecer –como ella misma dice– la fe en Dios. Fue allí donde conoció a Andrés, un joven monteriano menor que ella e igual de bueno y abnegado por la vida, soltero, con toda la fortaleza y con todas las ganas de salir adelante. Así, con fervor, iniciaron una relación amorosa que a los dos años se tradujo en un matrimonio: el 24 de agosto de 2002 sellaron para siempre sus sentimientos, del que han nacido Miguel Ángel, Rosa Linda y Luz Esther.

“Yo he sido una mujer bendecida y siento que Dios me llenó de fuerza para seguir adelante a pesar de lo que pasó con mi hermano. Yo le agradezco a la vida que me haya dado al esposo maravilloso que tengo y mis tres hermosos hijos”, cuenta.

Miguel Ángel tiene hoy 12 años y junto con Rosa Linda, de 5, estudian a unas 20 cuadras de su casa en un sector popular de la ciudad. “Todos los días él los lleva al colegio en bicicleta. Siempre se echa como 40 minutos en ir y volver pero lo hace con amor. Eso sí, nunca se va sin su cafecito y su ‘pancito’, porque sagradamente yo a las 4 de la mañana estoy despierta preparándome para abrir el negocio”, dice.

A esa hora, cuando el sol todavía duerme en algún lugar del río Sinú, Dina hace un repaso a la casa, tan sencilla como su vida misma: al frente de su cama está la puerta que da con el cuarto de los niños, por el pasillo al fondo llega al baño, más adelante la cocina y al final un pequeño patio. Regresa a la sala, convertida en taller y la prepara. Claro que la palabra ‘taller’ es muy metálica para referirnos a lo que en verdad ocurre en la sala de la casa donde Andrés, de 32 años, de pocas palabras y figura delgada, fabrica hermosas sandalias de colores con tacones en corcho, caucho o madera, hebillas doradas, hilos rojos, verdes, negros, en fin, todo un arte convertido en sandalias, cuyos diseños cuida Dina con mucho celo. Este negocio tuvo un origen muy particular:

“Cuando recibí mi indemnización por la muerte de mi hermano, sentí que tenía que hacer algo que a él le hubiera gustado hacer con nosotros. Entonces le propuse a mi esposo que pusiéramos una venta de sandalias. Él me dijo que sí y arrancamos”, afirma Dina.

La microempresa nació en noviembre de 2012. Andrés venía de trabajar en la venta de comidas rápidas y después de hacer un curso en la Casa de la Mujer, una fundación que tiene convenio con la Gobernación de Córdoba, se entregó por entero al negocio. “Yo me metí al curso para aprender algo nuevo y que me gustara. Ya lo de las comidas rápidas no daba, y además a mí desde niño me gustó eso de las manualidades”, expresa el hombre.

“Sandalias Linda” es el nombre de la microempresa. La bautizaron de ese modo para hacerle un homenaje a la mayor de sus hijas, Rosa Linda. “Le pusimos así porque la niña es linda, linda. Realmente quien hace las sandalias es mi esposo, pero yo le doy las pautas del diseño, yo compro el cuero, los corchos, las plataformas, las suelas, las hebillas, las randas (correas en cuero) y todo de acuerdo a lo que voy viendo que me piden los clientes. Luego, dependiendo de las ventas, miramos si hacemos más sandalias de tallas pequeñas o grandes”, asegura.

En el proceso cuidan todos los detalles, por ejemplo, que la aguja no sea muy gruesa y dañe el cuero o la madera de la suela, ni que sea muy delgada y el ojal quede pequeño. Todo a la justa medida, como su amor, delicado pero emprendedor. Las ventas son modestas y sin embargo les alcanza para sobrevivir y sacar a sus hijos adelante. “Nosotros vendemos en el día unos 10 pares de sandalias, hay unas de 3 mil pesos, otras de 15 o 20 mil, eso depende mucho de los días”..

Miguel Ángel poco se asoma al taller, pero Rosa Linda pasa de vez en vez a fisgonear a sus padres que invierten horas en la creación de este calzado. Quizás los niños no sospechen que ellos lo hacen por el amor que les tienen. Algún día lo comprenderán. Por lo pronto, Dina y Andrés tienen claro que deben dar lo mejor de cada uno para darles buenas oportunidades en sus vidas. 
“Hay que seguir. Uno ahí, con el negocio, sale adelante; les enseñamos a los niños valores para que sean buenas personas. La mejor formación es el amor”, afirma sin duda Dina, y en esa aventura la acompaña Andrés, quien también cree que los hijos son de Dios y que su labor es formarlos de la mejor manera: “Les enseñamos a que no sean ambiciosos, que respeten a los demás, que sean personas de bien, con principios, etc., porque cuando uno tiene paz en el corazón puede entregarle a los demás cosas buenas”.

Con esta inspiración la pareja de esposos y sus tres hijos van todos los domingos a la iglesia para entregarle alabanzas a Dios y dar gracias por tantas bendiciones. Después del culto en las mañanas, dan un paseo por la ronda del Sinú donde los niños juegan en las atracciones tradicionales.

Dina no descarta el día en que pueda tener su máquina industrial moderna para producir más y mejores sandalias. Además, una máquina de presión que les mejore el proceso de pegado de suelas, ya que en la actualidad lo hacen con ayuda de una pequeña de prensa.

Leonardo no está con ella para juguetearle con un vallenato en los oídos, su padre ya no abre las mañanas con la voz gruesa que lo acompañaba, pero la vida le hizo un cambio generoso: le dio a Miguel Ángel, a Rosa Linda, a Luz Esther y a su esposo Andrés. Con ellos sus días son de luz, paz y amor, y estar a su lado es suficiente para inspirarse, tomar la talega con las sandalias y salir a pescra clientes para seguir adelante.