Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Daniela Ordóñez

El ejemplo de una víctima líder LGBTI, abogada y empresaria

Daniela Ordóñez recuerda que desde que tenía once años, cuando vivía en Villa Rica (Cauca), le atraían las niñas y los niños. A menudo, se preguntaba por qué le llamaban la atención ambos sexos por igual. “Era como si me cuestionara ya que me gustaban las personas del mismo sexo”, dice. 

“Sentía que me gustaban los hombres, pero también sentía algo de atracción por las mujeres. Incluso tuve un par de novios y, estando con el segundo, también estuve interactuando con una chica. Estar con él seguramente era una forma de tapar lo que sentía hacia las chicas”, reflexiona. 

Su identidad fue algo sobre lo que tomó conciencia pronto en la vida. Caleña de nacimiento, criada en Cauca, recuerda que, a los siete años, su madre le regaló una muñeca negra, que aún conserva. Aquello le hizo entender que era una niña negra.   

Creció al lado de su mamá, cabeza de familia, auxiliar de enfermería en el Hospital Universitario del Valle, a la que considera una mujer de servicio que le inculcó muchos valores. Siempre estuvieron solo ellas dos, lo que supuso luchas y aprendizajes en torno a la crianza y la responsabilidad.  

Hasta tercero de primaria Daniela estudió en Villa Rica y, el resto, hasta terminar el bachillerato, en Jamundí (Valle), distante a 15 minutos.  

En 2012, con cerca de 17 años, se dio de cuenta que definitivamente le gustaban más las mujeres que los hombres y le contó a su mamá. En el colegio sintió un poco de homofobia. “Tenía otra amiga con la que me la pasaba, que también era lesbiana, pero entre las dos éramos solo amigas. Después tuve una pareja de la que me enamoré, terminando el colegio”. 

El carro bomba en su vecindario 

Justo en la semana en que Daniela ingresó a la Universidad San Buenaventura, en Cali, explotó un carro bomba en Villa Rica. Días antes había una calma aparente, o al menos esa calma a la que se ha acostumbrado la sociedad colombiana durante el conflicto. “Se decía que había grupos armados y que había amenazas contra los puestos de policía de los municipios, pero nada más”. 

“El 2 de febrero de 2012, estaba en la semana de inducción de la universidad. Yo tenía una moto y salí de clase a mediodía, recogí a mi mamá como todos los días y salimos rumbo a Villa Rica. Ella sabía lo del atentado de esa mañana y no me había contado lo del carro bomba”. 

Al entrar al pueblo sintió una sensación rara, como de desolación, que le llenó el pecho. Cuando llegaron al parque, Nubelly le contó que esa mañana habían activado un carro bomba contra la estación de policía. Seis personas murieron y 20 quedaron heridas. Entre las muertas estaba Nidia Alejandra, su amiga de la infancia. “Me descompensé emocionalmente; me tuvieron que auxiliar. Al llegar a casa, a 30 metros de la estación, todo estaba destruido, también las viviendas de los vecinos”.  

La muerte de su vecina Nidia Alejandra, de 18 años, golpeó profundamente a Daniela. “Hablábamos de patio a patio. Ella falleció porque la esquirla de un vidrio que voló por la explosión le perforó el corazón. Hoy me pregunto qué nos habría pasado si a esa hora hubiéramos estado en casa. Creo que Dios nos ayudó por estar en Cali las dos: mi madre trabajando en el hospital y yo en la universidad”. 

Perder a su amiga y ver su casa y el vecindario prácticamente destrozados le cambiaron la vida. Daniela siente que psicológica y emocionalmente no volvió a ser la misma. “Nunca he vuelto a sentir la tranquilidad que sentía antes”.  

La llegada a las mesas de participación de víctimas 

En 2019, Daniela se graduó como abogada. Desde muy joven trabajó en espacios de participación y liderazgo de la población juvenil y comunidad negra. Se define como defensora del territorio, de la vida y de los derechos humanos.  

Cree que ese liderazgo en parte es heredado, aunque también ella lo ha ido construyendo. “Mi mamá influyó mucho en eso; ella fue pionera para que Villa Rica fuera municipio y yo desde los tres años iba a reuniones y me veo en fotos tocando tambor. De hecho, hoy en día la política es una de las cosas que me gustan”.  

Hace tres años fue electa como integrante de la mesa local de víctimas de Villa Rica por el enfoque LGBTI. Sentir que hizo un buen trabajo en ese periodo la animó a volver a presentarse en 2021 y nuevamente fue electa. En menos de un mes, fue elegida también como miembro de la mesa departamental del Cauca de nuevo por el enfoque LGBTI. 

Sobre este particular, cree que tanto la ley como la Unidad para las Víctimas han sido útiles para las personas afectadas por el conflicto armado, pero no suficientes. Considera que faltan más recursos y que debería haber un régimen más estricto en las mesas de participación, para que no sea una cuestión de intereses personales sino de trabajo real en el territorio.  

Las delicias de los derivados del viche 

Daniela no solo destaca por su liderazgo, sino también por su capacidad para emprender. Hace casi cuatro años, junto a un amigo, montaron un emprendimiento de viche, una bebida fermentada producto de la destilación artesanal, sin químicos, de la caña nativa. 

“El viche siempre ha estado en las comunidades, es una bebida artesanal de las comunidades del Pacífico, de la cual, literalmente, me enamoré. Aparte de preservar las prácticas culturales, lo que se busca es construir una red en el tiempo de mujeres que puedan comercializar y producir estas bebidas; que pueda servir al empoderamiento y la independencia económica de las mujeres del Pacífico.  

En este momento no soy productora, sino transformadora. El productor de viche es el que lo destila en un alambique. Yo le compro el viche a las mayoras de Nariño o a unos mayores del norte del Cauca que también lo destilan”. 

Una vez finalizada la sociedad comercial, Daniela es la única propietaria de la empresa Menelik Pacific. En el local del primer piso de su casa en Villa Rica transforma el viche. Ella comercializa el curao, hecho a base de hierbas medicinales; la crema, que es un aperitivo; y el viche puro, destilado artesanal de la caña de azúcar. “Son afrodisiacos y, además, la crema sirve mucho para el cerebro, para la memoria”, cuenta con orgullo. En la actualidad, hace envíos a buena parte del país, pero principalmente a Cali, Bogotá y Chocó. “Esto es un poder artesanal y ancestral que tenemos y la idea es que cualquier persona pueda disfrutar de la bebida”. 

Daniela es incansable. Es especialista en educación, cultura y política de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia (UNAD), y en la actualidad estudia una maestría en gestión y producción cultural audiovisual en la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá, gracias al apoyo de la corporación Manos Visibles y la Fundación Ford. “Nos presentamos 100 personas a la convocatoria, luego preseleccionaron a 50; después hicimos un diplomado por cuatro meses y finalmente quedamos 32 seleccionados”, dice con algo de vanidad, y añade que litiga en derecho administrativo y constitucional y presta servicios como abogada en la Secretaría de Desarrollo Social del Cauca.  

Diez años han pasado desde que un carro bomba hiciese temblar los cimientos de su vida. Hoy, en compañía de su madre Nubelly, Daniela mira al futuro de frente gracias a su empuje para emprender y a la fuerza de su liderazgo.  

(Fin/CMC/COG/RAM)