Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Tatiana, el conflicto le robó su infancia, pero nunca su sueño de libertad

A sus ocho años de edad, Yenny Tatiana Grisalez perdió de tajo, por cuenta de los violentos, no solo su familia, sino también su inocencia y la posibilidad de tener una vida feliz en su territorio, con unos conceptos y una visión muy distintos a lo que se ha visto obligada a vivir. 

Atrás quedaron las tradiciones ancestrales, los saberes espirituales, los lenguajes, los significados y esa organización social propia del pueblo inga, que jamás ha olvidado y que hoy trata de recobrar.  

En la actualidad, con 38 años, es una de las lideresas caqueteñas que hace parte de la organización Tejiendo Memoria, conformada por 22 víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado. A ella le ha servido para sanar heridas y empoderarse como mujer de enorme valía; ayudándose a sí misma, se ha transformado en motivo de inspiración para otras mujeres que han pasado por circunstancias similares.  

“Las ayudamos a superar todos los malos recuerdos, a perdonase a sí mismas, lo mismo que a las personas que les hicieron daño”, comenta Yenny Tatiana e indica que se colaboran entre ellas para emprender proyectos que aporten a su bienestar.   

En esa labor apelan a pequeños negocios, como la cría de pollos, montar tiendas o misceláneas, elaborar macetas, distribuir yerbas… Todas las iniciativas son válidas, siempre que aporten a su tranquilidad emocional, a sus proyectos de largo plazo. “Hasta ahora nos ha ido bien y la organización nos ha fortalecido como mujeres, hemos afrontado la vida, somos luchadoras, fuertes”, manifiesta.  

En Tejiendo Memoria las experiencias y narrativas de guerra se traducen así en una invitación a la paz; a partir del relato de las víctimas, con el apoyo de psicólogos, resignifican sus vivencias mientras aportan a la construcción de nuevos proyectos y estilos de vida en un contexto de dignificación.  

Su historia  

Yenny Tatiana es de pocas palabras; prefiere dedicarse a hacer, a producir, quizá para disipar mejor aquello que por momentos perturba su pensamiento. Esos días en que fue apartada de su familia, “violada y obligada a conocer del rigor del conflicto y de una disciplina muy distinta a la que venía construyendo en su territorio”.  

No soportaba el trato y los deberes tan contrarios a su hábitat; por eso, en la adolescencia, con miedo, pero también con la decisión de no retroceder, buscó su libertad y la alcanzó, aunque en su trasegar se ha visto obligada, entre otras cosas, a desconfiar de gran parte de quienes la rodean.  

Recuerda con nostalgia los días en que podía disfrutar del campo. Con cierta picardía, corre el velo del pasado para recrear aquellos momentos en que su abuelita le pedía evitar que los loros se comieran el maíz, pero ella se “comía las cosas de la chagra, los tomates y las manzanas”. Es un bello recuerdo, a pesar de los regaños que recibía. 

Estudios y aves

Entre tanto, ha librado sus propias luchas para salir adelante. Estudiando de noche y los fines de semana ha hecho alrededor de ocho cursos en el Sena, relacionados con servicio al cliente, archivo, modistería, elaboración de bolsos en fique y macramé, esa técnica de crear tejidos usando nudos decorativos, que se le facilita por la herencia cultural tan arraigada que conserva.  

Es una enamorada de las aves; en especial, de los colibríes. Admira sus colores, su aleteo, la capacidad que tienen de ir y volver por donde quieran sin que nada ni nadie se los impida. Esa es la imagen que mejor conserva de su niñez y es quizá su manera de proyectar las alas de libertad que le quitaron de manera infame.  

Por eso, por su amor a la vida y a la libertad, en su hogar abundan las manualidades cargadas de color y, por supuesto, muchas de ellas son pájaros. Como indígena, sus manos tejen arte en abundancia, de modo que sus creaciones no solo adornan su casa, sino que también hacen parte de su terapia, de su purificación espiritual, y también de su sustento.

En su proceso ha tenido la suerte de recibir el apoyo del Estado. “La Unidad para las Víctimas nos ha ayudado; hemos recibido incentivo, nos ha servido mucho para ayudar a nuestra familia”, concluye, Yenny Tatiana, no sin asegurar que se ve proyectándose en los próximos años como una mujer “hermosa, trabajadora que progresa”, con más productos para ofrecer y una clientela mucho mayor; claro, sin dejar de apoyar a otras mujeres víctimas, porque la solidaridad es parte fundamental de su diario quehacer, de su vida.  

(FIN/NIL/EGG)