Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

Macayepo, de las cenizas de la muerte a la esperanza

En el aniversario 20 de la masacre de Macayepo, corregimiento enclavado en la región de los Montes de María, hecho violento en el cual los paramilitares asesinaron a 12 personas a piedra y garrote, el testimonio de Aroldo Canoles, víctima que, pese a sufrir los rigores de la guerra, ha logrado salir adelante al igual que los demás habitantes de la zona y hoy es un ejemplo de liderazgo, empuje y fortaleza.

El 14 de octubre de 2000, los paramilitares que operaban en los Montes de María asesinaron, a piedra y garrote, a 12 personas durante el recorrido macabro que hicieron en el área urbana del corregimiento de Macayepo y veredas aledañas, en jurisdicción de El Carmen de Bolívar.

Los paramilitares irrumpieron en el territorio so pretexto de recuperar unos animales que le habían sido hurtados a un ganadero de la zona y, durante dos semanas antes de la masacre, amenazaron a los habitantes para que dejaran la zona o morirían. La violencia afectó especialmente a las veredas El Limón, La Palma y Floral, ocasionando un éxodo masivo en la región con destino a Sincelejo.

Uno de los migrantes fue Aroldo Enrique Canoles Ramos, quien junto con su esposa y sus cinco hijos huyó de esa matanza rumbo a la capital de Sucre. En ese entonces Aroldo tenía 41 años. Había nacido y vivía en la vereda Jojancito, a una hora de Macayepo. Su infancia transcurrió en medio de la pobreza, en una familia con nueve hermanos, que ayudaban a sus papás en las labores del campo, en la que según sus recuerdos “tocaba compartir un pescado con ñame y yuca entre 12 personas”.

A manera de anécdota sus padres le contaron que cuando estaba en el vientre de su madre, el único medio de transporte de la época era el burro y que, en una ocasión, de regreso de Sincelejo, la barriga de ella se golpeaba contra un palo que tenía la silla de montar, lo cual le produjo a él un hundimiento en la cabeza que aún conserva. “Por eso y por haber nacido como el primer varón, luego de que mi mamá pariera dos mujeres antes que yo, pues fui bastante pechichón (consentido)”, dice Aroldo entre risas.

En sus primeros años de vida tuvo una enfermedad que casi lo mata. “Es lo que ahora llaman gastroenteritis, lo que pasa es que en esa época no había como diagnosticar porque no existían puestos de salud y los pocos hospitales eran muy distantes”.

Recuerda que jugando fútbol conoció, años después, al verdugo de Macayepo, quien comandó la masacre de octubre de 2000: Rodrigo Mercado Pelufo, alias Cadena, segundo al mando del Bloque Héroes de los Montes de María de las Autodefensas Unidas de Colombia que comandaba alias Diego Vecino. Cadena había nacido en Macayepo y dicen que su odio hacia la guerrilla inició en 1989, cuando el EPL asesinó a una prima delante suyo.

En la primaria Aroldo era bueno para las tareas y los exámenes, pero cargaba con la resignación de no continuar el bachillerato. Sin embargo, un profesor que llegó a Macayepo lo apoyó y se lo llevó a Barranquilla a terminar la secundaria. Su intención era estudiar becado una carrera universitaria, pero ese deseo lo diluyó el amor: a sus 19 años se casó y su esposa quedó en embarazo, situación que lo obligó a trabajar por un tiempo en Sincelejo y Santa Marta hasta que decidió regresar con su esposa e hija a Jojancito, la vereda carmera que lo vio nacer, para dedicarse al agro con su padre y su suegro, mientras su familia crecía.

Llega la guerra

Avanzaban los años ochenta y a la región comenzaron a llegar los grupos armados ilegales: el EPL fue el primero, luego el PRT, el Quintín Lame y, por último, en esa década, el ELN. “Por acá no había autoridad alguna y el discurso de ellos calaba en la gente pobre. Hacia 1987 el ELN comenzaba a secuestrar personas en la región”, recuerda Aroldo.

Su memoria asegura que para 1992 arribaron las Farc, hecho que hizo cundir el temor en la región por los homicidios selectivos y desplazamientos forzados de algunas familias a quienes obligaban a abandonar la zona. “Hubo un momento que la angustia era tal, que de noche no dormía con mi esposa, sino que con mi hermano nos turnábamos la vigilancia de la casa, en Jojancito”.

Para el año 2000, exactamente los primeros días de octubre, crecieron los rumores en Macayepo y sus alrededores de una posible incursión paramilitar. “Nosotros, como cristianos, nos reuníamos a orar donde una tía en Jojancito y allí dormíamos hasta 25 o 30 personas por el miedo que nos daba la noche”. Los rumores de una incursión paramilitar motivaron a varias personas a abandonar Macayepo en camiones; sin embargo, en la vía hacia el corregimiento Chinulito, había retenes de la guerrilla y de los paramilitares, en los que asesinaron a algunas personas.

Entonces Aroldo acordó con su esposa abandonar la región por temor. “Después del mediodía del viernes 13, cuando salí a uno de los cultivos, vi que por los lados de la vereda El Limón ya estaban incendiando las casas. Regresé y le dije a mi familia: ‘alístense que mañana nos vamos’”.

“El sábado 14 alistamos las tres mulas y un burro que yo tenía y salimos para Macayepo, y a las 8 de la mañana ya estábamos allí. Cerca de las diez de la mañana llegó un grupo grande de personas al poblado provenientes de diferentes veredas. Las mujeres con bata de dormir, los niños descalzos y los hombres en pantaloneta, todos huyendo de los paramilitares. El dueño del camión, que nos llevaría a Sincelejo no quería subir a todas las personas porque decía que el automotor se dañaba”, recalca Aroldo.

El camión de la vida

En su huida, “ese carro traqueaba por todos lados. La carretera era solo barro. Tocaba bajarse a empujar cada rato. Yo iba con mi mujer y mis seis hijos, uno de los cuales estaba bastante enfermo, débil. En una de las paradas que hizo el camión mi hijo enfermo y yo no alcanzamos a subirnos y el camión arrancó. Inicialmente nadie de los que iba a bordo se dio cuenta de que mi hijo y yo nos quedamos. Entonces comenzamos

a gritar y a correr como podíamos porque mi hijo estaba enfermo y me decía ‘no puedo más, papá’ y yo le decía: ‘corre, hijo, corre’. Es que el temor a quedarnos era muy fuerte porque sabíamos que los paramilitares en ese momento estaban matando la gente de Macayepo y sus veredas”, rememora Aroldo.

Le partía el alma ver a su hijo así, tratando de correr con sus pocas fuerzas y con la angustia de que sus gritos se perdieran detrás del camión. Finalmente, “después de casi dos kilómetros el carro paró porque mi mujer y mis otros hijos se dieron cuenta de que nosotros no íbamos allí, y entonces el chofer nos esperó. Nos subimos de nuevo y todo el mundo estaba llorando del miedo. Arribamos casi en horas de la noche a Sincelejo, en nuestro caso a la casa de mis suegros. Esa noche casi no dormimos contando lo que nos había ocurrido”, afirma.

Al otro día, domingo 15, Aroldo y su familia se fueron a San Juan Nepomuceno a un congreso cristiano, evento en el que se encontraron a más personas que también habían huido de Macayepo. “Todos comentábamos que mataron a tales, que quemaron las casas de tales”. En el evento Aroldo conversó con otros asistentes quienes, al escuchar su relato, lo convencieron de irse con su familia a trabajar a una finca en Turbaco, Bolívar.

Al tiempo que ello ocurría los paramilitares imponían su sevicia: incendiaban casas y asesinaban personas, principalmente en las veredas Floral y El Limón, y en la cabecera de Macayepo ahorcaron a una persona con un alambre de púas; en total fueron 12 personas las que mataron en el pueblo y sus alrededores, la mayoría a punta de piedra y garrote.

En la región se comentaba que no usaron armas de fuego para evitar la atención de la guerrilla que merodeaba la zona. La masacre fue comandada por Rodrigo Mercado Pelufo, conocido como Cadena, quien había nacido en Macayepo hacía como 35 años. Con el paso de los días solo quedaron dos familias viviendo en el poblado.

Una de las personas asesinadas en la vereda Floral fue Orlando Oviedo, quien era esposo de una prima de Aroldo. “Era agricultor y padre de tres hijos, persona servicial y con buen sentido del humor. Me dolió mucho su muerte, le reventaron la cabeza con una mano de pilón (palo que se utiliza para apilar el arroz)”, recuerda.

Estuvieron allí dos años y en abril de 2002 intentó regresar a Jojancito. Sin embargo, cuenta que un día fueron los de la guerrilla a buscarlo para asesinarlo porque para ellos, él colaboraba con los paramilitares.

“Finalmente nos instalamos en una finca cerca de Sincelejo, donde trabajaba para sostener a mi familia. Un día mi suegro me dijo que en el predio que él había dejado abandonado en La Sierra, cerca de Macayepo, la guerrilla estaba cogiendo las cosechas de aguacate que era el cultivo más rentable de todos los que se daban en la región”.

El retorno

A raíz de eso, en mayo de 2004 se hizo un experimento de entrar en helicópteros de la Fuerza Pública para recoger en varios predios la cosecha de aguacate. “Eso lo acordamos luego de ponernos de acuerdo cerca de 50 labriegos de la región. Después de ese experimento cogió fuerza la idea de un retorno masivo a Macayepo”.

Por aquellos días su hermano Alberto desapareció en el camino que lleva de Jojancito a Macayepo. Su cuerpo sin vida fue hallado un año después, hecho por el que responsabiliza a la guerrilla.

Finalmente se acordó el retorno a Macayepo para diciembre de 2004 y también que en septiembre de ese año se haría una limpieza del pueblo. “Creamos la Asociación de Productores Agrícolas de Macayepo (Asopram). Llevo 16 años de representante legal y soy un líder comunitario, una especie de autoridad en el pueblo”, comenta con orgullo Aroldo.

Al tiempo, las personas que ya habían llegado al pueblo comenzaron a trabajar limpiando y preparando todo para el retorno de las familias, hecho que finalmente ocurrió el 21 de diciembre de ese año.

“En un principio nos ubicamos hasta tres y cuatro familias en la misma casa en Macayepo. Con el tiempo, cada cual en su vivienda, pero daba temor ir a las veredas y cuando íbamos a recoger cosechas lo hacíamos acompañados de la Armada Nacional”, asegura.

Después llegó la tranquilidad: la desmovilización de los paramilitares, la muerte de Martín Caballero, cabecilla de las Farc en toda la región de los Montes de María, y la desmovilización de las Farc, en 2017.

En la actualidad, Aroldo continúa como líder de Macayepo sin descuidar el cultivo del ñame, la yuca y el maíz, en Jojancito y en un predio de 11 hectáreas que le entregó el Incoder.

Hace pocos días recibió de la Unidad para las Víctimas su indemnización como víctima del conflicto armado. Sin embargo, enfatiza en que tiene ese dinero “quieto”. “Me estoy tomando el tiempo necesario y viendo posibilidades de inversión”, reitera tras agradecer a la entidad por los programas psicosociales que ha adelantado con esa comunidad que busca recuperar el tejido social que se perdió por la guerra.

Hoy, Macayepo es un pueblo transformado; es una región tranquila y los predios se han valorizado. “Valió la pena todo lo que hicimos para retornar”, dice Aroldo. Así, Macayepo es un claro ejemplo de cómo de las cenizas de la guerra puede florecer la esperanza.

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