Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

“Hemos logrado sanar las heridas del alma”: Luz Marina Mosquera

Este miércoles, se cumplen veinticinco años desde que la comunidad de La Chinita, en Apartadó, perdiese a 35 de sus miembros en una de las peores masacres de la región.

Luz Marina Mosquera ha pasado su vida entera en la región de Urabá. “Nací en Riosucio, Chocó, pero a la edad de los ochos años mi mamá se vino con seis muchachitos y llegó a trabajar a una finca bananera cerca de Turbo, como ayudante del casino (cocina)”, asegura. “Después de eso nos vinimos para Apartadó y yo, desde los 14 años, comencé a trabajar como empleada del servicio interna en una casa de familia”.

En esta hermosa zona verde, punto privilegiado de paso entre los océanos Pacífico y Atlántico, conoce a su marido. “Nos fuimos a vivir juntos en una finca bananera donde él trabajaba en 1985. Nuestra primera hija nació en 1987, luego un niño más y luego otro que adoptamos”, explica.

El arribo a La Chinita y la masacre

A comienzos de la década de los noventa, la pareja se asentó en Apartadó, el municipio más poblado de la región, en busca de nuevas oportunidades. “Llegamos acá a invadir La Chinita en 1992, que era una finca arrocera pegada a Apartadó, y logramos levantar nuestra vivienda”, dice a medida que desgrana sus recuerdos.

Los niños crecieron y el matrimonio disfrutaba de la vida. Su esposo, Antonio Mosquera Velásquez, practicaba el boxeo y jugaba al fútbol. “Como marido, me hacía sentir que yo era muy importante en su vida; él se refería a mi como ‘mami’; era muy amoroso”, cuenta Luz Marina.

Todo cambió el 23 de enero de 1994.

Aquel día, “doña Rufina Gutiérrez organizó una verbena para recoger dinero para los útiles escolares de sus hijos. Nosotros vivíamos muy cerca con mi esposo, un hombre muy alegre y parrandero. Esa noche se fue a la reunión con un hermano

mío que vivía con nosotros y que, en ese momento, tenía 15 años. Yo no fui por quedarme con los niños y porque poco me gustaba la parranda”.

Sin embargo, el ambiente era festivo y los vecinos estaban animados. “Me quedé en la puerta de la casa sentada en una silla viendo pasar la gente hacia la verbena. Al rato vino mi esposo y me convenció de ir a la reunión. Llegamos allá y había muchos compañeros de él, de la finca donde trabajaba”, apunta Luz Marina.

“Cerca de la una de la madrugada, se empiezan a escuchar unos disparos y yo le digo a él que nos vayamos y me responde que no, que tranquila, que es el Ejército (por lo que estaban uniformados). Él decide esconderse debajo de una mesa y yo también lo hago”, rememora. “Se escuchan disparos y a alguien que dice ‘¡a las mujeres no!’”.

Cuando, poco a poco, regresa la calma y dejan de oírse disparos, el matrimonio sale de debajo de la mesa. En ese preciso momento, se topan con dos de los que habían estado disparando y se dirigen a Antonio.

—Negro, ¿y tú qué?

—Por favor, no lo vayan a matar, tenemos tres hijos —suplica Luz Marina.

—Retírese.

Sin mediar más palabras, “delante de mí le dan un balazo en todo el pecho. Comenzó a sangrar por la boca. Fui hasta la casa a traer el niño menor, que tenía tres años, a ver si al sentir el bebé ahí Antonio se levantaba y no, ya había muerto. Otras personas que estaban allí me vieron tan mal que me quitaron el niño y luego yo me desmayé y perdí el conocimiento”, recuerda Luz Marina.

Aquella noche, 35 personas perdieron la vida. El conflicto armado y la disputa por el control político de la zona dejaron decenas de familias rotas que tardarían años en recuperarse. El hermano de 15 años de Luz Marina resultó ileso.

El perdón a las FARC

Los sobrevivientes de la masacre emprendieron una búsqueda incansable de la verdad detrás de lo sucedido. “Desde 2009 comenzamos a trabajar en la parte emocional. Luego ya llegó la Unidad para las Víctimas y después, en pleno proceso de paz entre el Gobierno y las FARC, viajé a La Habana junto con dos mujeres más víctimas directas de La Chinita a una reunión donde los negociadores de las FARC nos pedirían perdón. Estando allá comenzamos el

diálogo y ellos dijeron que ellos directamente no habían sido, pero que tenían que asumir la responsabilidad de los hechos porque había sido el quinto frente de esa organización”, indica Luz Marina.

“Nos pidieron perdón, pero nosotras tres dijimos que el perdón debían hacerlo propiamente en Apartadó, en La Chinita, y reconocer públicamente que fueron los autores de lo que pasó. En total fuimos tres veces a La Habana y posteriormente ellos vinieron acá a La Chinita”.

El 30 de septiembre de 2016, con una marcha simbólica desde el lugar de los hechos y una ceremonia en Colegio San Pedro Claver, las FARC reconocieron su responsabilidad por lo ocurrido. “Nos pidieron perdón a las víctimas directas y a la comunidad, porque toda la comunidad resultó afectada por eso que sucedió. Entonces esa jornada sirvió para ayudar a sanar el dolor”, asegura firmemente Luz Marina.

Como desde hace algún tiempo, este mes de enero los habitantes del Barrio Obrero de Apartadó conmemorarán de nuevo la memoria y la dignidad de las víctimas. “Con el perdón, los sobrevivientes de La Chinita aportamos a la paz de Colombia” es la emblemática frase que han elegido otros años para recordar esta fecha.

El proceso de reparación colectiva

“Considero que en el proceso de reparación colectiva hemos avanzado bastante y en ese sentido destaco el compromiso de la Unidad para las Víctimas, particularmente en lo de los clubes juveniles de la reparación colectiva, porque eso busca fortalecer las habilidades de los jóvenes, alejarlos de riesgos y mejorar la percepción que se tiene de ellos. Otro aspecto a resaltar por parte de la Unidad es la parte psicosocial. Ha sido súper importante porque nos ha llevado a ser otras personas. Hemos logrado sanar las heridas del alma sin olvidar lo que pasó y sin olvidar a nuestros muertos”, concluyó Luz Marina.

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