Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

El último disparo

A Silvia Berrocal le mataron a su hijo de 16 años en la masacre de La Chinita, en Apartadó, en hechos ocurridos el 23 de enero de 1994. En total, la incursión violenta de las Farc dejó 35 personas muertas y 17 heridas.

“Mi hijo nació y murió en el hospital de Apartadó. Él fue herido durante la masacre de La Chinita y murió después de ser trasladado al hospital. Tenía tan solo 16 años”.

Así, sin atisbos de tristeza, gracias a un analgésico llamado tiempo, comenzó su relato Silvia Berrocal, madre de Alcides Segundo Lozano Berrocal, uno de los 35 muertos que dejó la incursión violenta de las Farc en una verbena que se llevaba a cabo el 23 de enero de 1994 en Apartadó, Antioquia.

Silvia nació en Montería (Córdoba), en 1955. Se casó muy joven con quien sería el padre de sus cuatro hijos: “tenía solo 16 años, me casé con Alcides Lozano de la Rosa, y me vine a vivir a Urabá en busca de oportunidades laborales, porque la situación en Montería era bastante difícil, y a pesar de todo ahora me pongo a pensar y creo que valió la pena. Llegamos con dos costales: en uno los corotos y en otro la ropa, y comenzamos a trabajar en una bananera, donde mi marido se desempeñaba como ‘desmachador’ (cortar a la mata del banano lo que no sirve) y yo en la cocina”.

En Apartadó nacieron sus cuatro hijos, y luego de algún tiempo la estrechez económica los obligó a volver a Montería. En la capital cordobesa intentaron vivir, pero escasamente lograban sobrevivir, así que la economía de nuevo orientó su destino hacia Urabá. Allí, su marido volvió a laborar en una bananera y Silvia se capacitó como enfermera auxiliar para trabajar en la misma finca que Alcides.

Para 1992, la gente invadió la finca La Chinita (terreno arrocero pegado a Apartadó), y Silvia y su esposo no se quedaron atrás.

“El 8 de febrero de 1992 nos vinimos para acá, a las ocho de la noche, y cada uno decidió comenzar a medir su lotecito, su parcela; eso nos ocasionó problemas porque era lógico que el dueño de la tierra no quería que le invadieran su tierra, pero hago claridad que siempre la intención fue comprar cada uno su lote, aunque él no quería vender porque aquí cultivaba arroz, y nosotros no queríamos salir porque la verdad no teníamos dónde vivir. Finalmente, con el apoyo del Inurbe de la época, llegamos a un acuerdo y se le compró la finca al dueño (son 107 hectáreas), y acá vivimos miles de familias”, afirma Silvia.

En 1993 comenzaron los rumores de que iba a haber una masacre, pero creían que era solo eso: rumores. Lo que sí se presentaban eran muertes selectivas. Finalmente, las amenazas de masacre se hicieron realidad el 23 de enero de 1994. “Había una reunión en la casa de doña Rufina Gutiérrez, que la llamaban verbena, y era para que doña Rufina pudiera recoger dinero para comprar los útiles escolares de sus hijos”, recuerda Silvia.

A eso de la 1 a.m. comenzaron a escucharse disparos, nadie sabía cuál era la verdadera razón de la balacera, pues se presentaban muertes selectivas por las que con cierta frecuencia se escuchaban uno, dos o tres disparos. Pero esa noche las ráfagas de fuego se salieron de lo habitual.

“Recuerdo que en esa verbena estaba mi hijo, pero yo nunca pensé que esos disparos provinieran de ese lugar. Yo salí corriendo y cuando llegamos a la esquina del sitio de la verbena no me dejaban pasar porque pensaban que aún estaba allí la guerrilla de las Farc. Al rato logré ingresar al sitio y vi a mi hijo sentado en una silla, boca abajo sobre la mesa y le dije: ‘Alcidito’, así le decíamos en casa, y él me respondió. Estaba herido. A los minutos me trajeron la hamaca y entre varias personas me ayudaron a llevarlo al hospital, cuando llegamos allá él ya tenía el rostro verde y solo duró como 10 minutos con vida”.

Dice que un par de mujeres sobrevivientes de la masacre le contaron que a Alcidito lo mató el último disparo que hicieron los victimarios porque él, que estaba en el piso boca arriba, abrió los ojos cuando el guerrillero que ya iba de salida lo vio y le pegó un tiro.

“Fueron en total 35 muertos (34 hombres y una mujer) y 17 heridos. De Alcidito recuerdo que practicaba mucho el fútbol, creo que si viviera hoy sería un excelente jugador de fútbol”.

Del odio al perdón

Después de esa masacre, “yo quedé con mucho odio, rencor, dolor y con sed de venganza, tanto así que me compré un machete porque a mí me dijeron que un señor que vendía rifas había sido el que le pasó información a las Farc para ir allá, entonces yo dije que cuando lo viera lo mataba; pero él nunca se volvió a ver por acá, y la verdad no supimos si esa versión era verdad o no. Después de esto comenzaron a venir empresas y las Ong, y nos empezaron a capacitar y a hacer reuniones con las víctimas, y a mí, poco a poco, se me fue quitando el odio, luego aparecieron proyectos para nosotras las víctimas”.

En ese sentido, “hemos trabajado con la Unidad para las Víctimas, se ha avanzado bastante en el proceso de reparación colectiva, pero aún faltan cosas por hacer. Destaco el trabajo adelantado en la parte emocional que me ayudó mucho a perdonar, porque para qué vivir odiando si finalmente la que se hace daño es una misma”.

En medio del proceso de paz del Gobierno y las Farc, en una carta dirigida a la mesa de diálogos en La Habana, las víctimas de La Chinita solicitaron que las Farc fueran a Apartadó

para pedir perdón en un acto público. Inicialmente les informaron que los negociadores de las Farc no irían, pero que sí querían que víctimas directas de la masacre fueran a La Habana. “Entonces fuimos tres personas a La Habana en tres ocasiones. El primer encuentro fue de reclamo porque yo quería preguntarles en la cara por qué me mataron a mi hijo. Ellos lloraron y nosotras también. Dijeron que ellos, los que estaban en esa reunión, no habían sido los autores materiales, pero que sí respondían por la masacre porque habían sido las Farc. Después ya fue el evento en el que vinieron acá Iván Márquez y Pastor Álape el 30 de septiembre de 2016, en donde nos pidieron perdón en un acto público”.

Como integrante del comité de impulso del sujeto de reparación de La Chinita y como líder de su comunidad, Silvia continuará buscando el bienestar para los habitantes del barrio Obrero, sin olvidar a `Alcidito’, aquel joven bien parecido, como lo dijo ella, y que hoy seguramente sería un gran deportista.

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La campaña electoral de 1986 tuvo como hito la elección de 14 congresistas, 18 diputados, 20 consejeros en los territorios nacionales y 335 concejales por parte de la Unión Patriótica (UP), un partido de izquierdas que surgía del proceso de paz con las FARC-EP.

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