Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas

“No nos podemos olvidar de la espiritualidad”

Después de cinco días de conversatorios sobre las costumbres ancestrales y las afectaciones ocasionadas por el conflicto armado interno colombiano, muestra de emprendimientos autóctonos, talleres de tejido, presentaciones de grupos musicales y rituales de armonización, la Unidad para las Víctimas finalizó la conmemoración de la Semana de los Pueblos Indígenas. 

El último día de estos actos de dignificación, enfocados especialmente en entender cómo funciona la vida en las comunidades indígenas y el pensamiento que la rodea, estuvo dedicado al conversatorio sobre la “Práctica de la partería en contextos de ciudad para la supervivencia como un conocimiento ancestral”, en el que Elizabeth Troches y Aura Erira, de los pueblos Misak y Pastos, respectivamente, ilustraron a los asistentes sobre la importancia de lo espiritual en los diferentes aspectos de la existencia y del parto. “No nos podemos olvidar de la espiritualidad en nuestras vidas”, es el mensaje que desde las cosmovisiones Misak y Pastos enviaron ambas parteras. 

También subrayaron la función de las plantas sagradas y el papel del hombre durante el proceso del parto.  

“En algunas comunidades hay hombres parteros, pero en el momento del parto el hombre, principalmente, es un ayudante que debe tener a la mano lo que se necesita en ese momento y colabora con hervir las plantas sagradas que pueden servir, entre otras cosas, para que el parto no dure tanto y para armonizar. Es un instante de equilibrio entre el hombre y la mujer”, dijo Aura.      

Ambas enfatizaron en la importancia del calor en ese momento tanto para el niño como para la madre, por lo que a la mamá la cubren con una tela abrigadora durante el proceso de parto y el posparto “para que el frío no afecte la matriz ni el cuerpo de la mujer, afectaciones que tal vez no se noten en poco tiempo, pero sí durante otro parto”, afirmó Elizabeth.  

En ambas etnias, al recién nacido, sea niña o niño, lo reciben con una ruana blanca, de oveja, para luego envolverlos con otro tejido, que en el caso de los pastos —no en el pueblo misak— es de diferentes  colores —lila, fucsia o rosado, si es niña, y verde, amarillo y blanco, si es niño—, como si fuera un tabaquito, con el fin de que sus músculos se fortalezcan y evitar problemas de displasia de cadera. 

El conversatorio terminó con un ritual de armonización, consistente en una especie de danza circular realizada con los asistentes, momento en el que aprovecharon para dejar una enseñanza: “Que nos alegremos de las cosas malas que nos pasan en la vida, porque de estas aprendemos más que de las cosas buenas”. 

 

(Fin/EGG/MEG/PVR)