
Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto en Colombia. Una fecha para recordar y hacer conciencia frente a las consecuencias que la violencia ha dejado.
Para que estas historias no se repitan se necesita más que conocerlas. Hay que dejarlas grabadas en la memoria.
Scroll para continuarDona tus oídos: Escúchalas, las historias que no son escuchadas jamás serán recordadas. No se puede dejar en el olvido que los derechos de las víctimas del conflicto y la violencia jamás debieron ser vulnerados.
Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto en Colombia. Una fecha para recordar y hacer conciencia frente a las consecuencias que la violencia ha dejado.
Empiezo a escribir mi historia contando que soy madre de cuatro hijos. El conflicto me arrebató a mi esposo. Tuve que salir de mi tierra para sacar a mis hijos adelante.
Uno de ellos se enfermó gravemente y debido a los costos del tratamiento, tuve que dejar a mis dos hijas mayores con mi mamá. Solo le pedía a Dios que me diera fortaleza y sabiduría. Un año más tarde logramos volver a reunirnos. El hecho de que los profesionales psicosociales hayan querido oír mi historia para sacar el dolor y reconocer mis capacidades, ha sido liberador. Hoy, solo le pido a Dios que siga iluminando a mi familia y les dé paz a nuestros corazones.
Como Ana*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
A partir de los saberes étnicos ancestrales, desarrollamos procesos de sanación a mujeres que han sido víctimas de violencia sexual y de violencia basada en género, en el marco del conflicto armado.
Somos una organización de mujeres que trabaja alrededor de los duelos colectivos, bajo una estrategia de recuperación psicosocial que creamos, para sanarnos entre nosotras mismas, para poder sentirnos bien con nuestros cuerpos y con quienes nos rodean, para abandonar el resentimiento y recuperar la confianza. Ahora sabemos cuánto valemos como mujeres y como personas.
Como Libertad*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad
A mí me desplazaron forzadamente en 1993, dos días después de que empezaran los combates. Eran exactamente las seis de la tarde cuando inició el primer incendio. Quemaron una de las fincas más grandes y prendieron fuego a las casas de una vereda cercana.
Salimos corriendo a escondernos en el monte, dejándolo todo abandonado. A la mañana siguiente el pueblo quedó solo; mi mamá, mis hermanos y yo tomamos rumbo hacia otro municipio, donde contamos con el apoyo de un familiar que nos dio posada. Hoy, muchos años después, ha sido poco lo que he recuperado, pero estoy tranquila. Vivo en una casa arrendada y sigo pidiéndole a Dios que nadie más tenga que vivir lo que nosotros vivimos. Espero que contar mi historia sirva para que muchos sepan que dentro de sí, tienen la fuerza para seguir adelante.
Como Manuela*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad
Dos sueños me salvaron la vida porque Dios me estaba dando otra oportunidad… es que el dolor de la muerte de un hijo no se compara con el dolor de nadie… hace 23 años de la muerte de mi hija en la toma guerrillera que sufrí en Pueblo Nuevo, en el Magdalena. Era agente de la Policía cuando en esa toma también mataron a un sobrino de 16 años y le dieron seis tiros de fusil a una sobrina de 14 años, que sobrevivió.
Estoy pensionada… el pasado Día del Veterano tuve muchos sentimientos encontrados, de alegría, de tristeza, de volver a recordar, pero estoy muy agradecida que la Unidad para las Víctimas me haya tenido en cuenta para esa conmemoración, porque uno no está solo y el dolor lo estoy compartiendo con otras personas.
*Iris. “… yo pienso que uno tiene qué perdonar, y solamente Dios sabe el por qué sucedieron las cosas… espero que me sane las heridas, pero si me preguntas, ¿Iris, quieres volver a la Policía? No lo dudaría, me uniformaría”.
Mi vida era calma. Trabajábamos en la finca, mientras mis padres nos ayudaban con los hijos ¿Qué más podía pedir? Un día a las tres de la mañana llegaron hombres con fusil a decirnos que nos daban cuatro horas para salir.
Fue entonces cuando en medio de un aguacero, huimos con mis papás, mis hijos y nuestro burrito. Con lágrimas en los ojos, dejamos todo atrás. Al principio la situación fue difícil, pero con fe y ganas, sobrevivimos. Logramos tener una casa donde rehicimos nuestras vidas y hoy puedo decir que he tenido la fortuna de verlos crecer y eso nadie me lo puede quitar.
Como Andrea*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
La violencia me sacó del paraíso a unos muros de ladrillo. La tristeza y el dolor se apoderaron de mí; era lo único que sentía día a día. A mis 13 años Dios me puso al lado de una gran familia que me ayudó a sobreponerme, haciendo que mis miedos desaparecieran.
Al pasar el tiempo, la vida me dio alas de águila y volé a muchos lugares en los que pude olvidar mi sufrimiento. Ahora soy mamá de dos hermosos hijos y emprendí un nuevo rumbo con ellos hacia un mejor vivir. Todo lo conseguido hasta aquí, ha sido gracias a mi esfuerzo, con trabajo honrado y valores como la perseverancia y el respeto por los demás.
Como Angie*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Hace años estando en embarazo de cuatro meses, siete hombres armados me obligaron a ver cómo torturaban a mi mamá, luego abusaron sexualmente de mí.
Degollaron a mi mamá y me ataron a su cadáver, sentí tanto dolor que morí en vida. Pasé 18 años sintiéndome culpable, teniendo pesadillas, hasta que llegué a una organización de mujeres víctimas de violencia sexual y me encontré con 70 como yo. Todas participamos en una estrategia psicosocial que creamos entre nosotras; al comienzo no podía hablar, hasta que un día levanté la mano y empecé a hacerlo, y allí sentí que mi dolor se repartió entre 70 mujeres que me abrazaron y lloraron conmigo. Desde ese momento no me pierdo un encuentro con todas ellas, porque ahí nací nuevamente. Hoy soy fuerte, verraca, una heroína.
Como Luz*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
El 22 de diciembre nuestra vida cambió. Mi esposo salió de la casa y nunca más regresó. El 25, como regalo de Navidad, me trajeron la noticia de que los violentos lo habían asesinado.
Ahí estaba yo, que solo sabía el trabajo del hogar, sin poderles explicar a mis cuatro hijos porque no iban a ver más a su papá. Con lo que vendí pude comprar una casa. Cuando parecía que la luz y la esperanza renacían, volvieron a llegar hombres armados a donde vivíamos y, otra vez, tuvimos que huir. La mejor manera de honrar la memoria de mi esposo, es lograr mantenernos juntos. Esto ha logrado darle paz a mi corazón y fuerza a mi familia.
Como Lucía*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
La cosecha de plátano, banano y cacao y lo que daban los animales, eran el sustento para mi esposa, mi bebé en camino y yo. Un día grupos armados ilegales que operaban en la zona nos dieron la orden de abandonar la finca antes de 72 horas.
Ahí empezó el desplazamiento forzado. Caminamos durante dos días arriesgando nuestras vidas para llegar a otro pueblo. En un principio, afortunadamente contamos con el apoyo de familiares, quienes nos ofrecieron hogar por un tiempo. Poco a poco, fuimos consiguiendo cosas y ahora tenemos nuestro propio lugar. El hijo crece cada día y aunque nació prematuro a causa de la situación, ha sido el motivo para seguir. Hemos tenido que luchar, pero como decimos cada noche: estamos vivos.
Como Francisco*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Crecimos en un ambiente sano, entre las montañas de mi tierra. A mis hermanos y a mí nos gustaba volar cometas en una loma que había cerca de la casa. Mi papá cultivaba café y en cosecha todos recogíamos.
Así pasé mi niñez y adolescencia, cuando llegaron unos hombres armados, no entendíamos qué pasaba. Mataban familias enteras, quemaban las casas, había mucha gente abandonando sus cultivos y sus animales, llevando apenas lo que podían cargar en sus hombros. Nosotros le preguntábamos a mi papá qué pasaba y él solo lloraba y nos decía: “No salgan, no hablen con nadie”. Hasta que también nos tocó salir a nosotros para salvarnos. El día que logré poner en un papel el dolor que viví, volví a sentir el olor de la vida, que huele a café. A la familia que logré formar, sé que voy a darle el futuro que mi papá quiso darnos, pero que la violencia le negó.
Como Jairo*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
El desplazamiento forzado ha sido el momento de mayor angustia que he vivido. Me hizo sentir impotente ver a mi esposa y mis hijos llorar sin consuelo, mientras un grupo de hombres armados nos sacaban para siempre de nuestra casa.
Yo, que era quien los tenía que proteger, tuve que salir junto con ellos agachado, humillado, dejándoles todo a esos individuos, como si tuvieran derecho a adueñarse de lo que era nuestro. Luego tuvimos que separarnos y no fue fácil continuar. Llegué a un barrio de “invasión”, donde en ocasiones me sentí como un extraño, pero logré seguir trabajando, y ahora tengo una venta de fruta. La posibilidad y la esperanza de estar nuevamente con mis hijos me impulsan a luchar cada día.
Como José*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“En 1970 varios campesinos llegamos a las tierras de El Salado a cultivar tabaco. Después el Incora nos adjudicó los predios y un parcelero donó un terreno para construir el caserío, llamamos al pueblo San Roque. Teníamos escuela, centro de salud, bodega comunitaria y dos tiendas. Pero, San Roque tuvo un final violento y en 1999, mientras la guerrilla nos intimidaba, los paramilitares asesinaron a unos, sacaron a otros y quemaron el caserío.
Nos desplazamos para El Carmen de Bolívar y vivimos del rebusque, hasta que llegó la Unidad de Restitución de Tierras y recuperamos nuestros predios en 2015.
Al principio mi señora sentía miedo de volver, pero pudo más el cariño por la tierra. La Unidad nos apoyó con proyectos productivos de ganadería, y junto con la FAO y la Embajada de Suecia aprendimos sobre producción silvopastoril y las mujeres aprendieron sobre lombricultura”.
Como Andrés* son miles de campesinos víctimas de la violencia que han vuelto a su tierra. Y a través de la implementación de proyectos productivos le apuesta a la Paz Con Legalidad.
Yo trabajaba en la compañía fundada por mi padre. Un grupo guerrillero secuestró al gerente de la obra. Mi hermana, que vivía en los Estados Unidos, me propuso migrar a este país y, de ser gerente y dueño de mi empresa en Colombia, llegué aquí a trabajar en labores de limpieza.
Por una convocatoria del Consulado colombiano en Miami supimos del Registro Único de Víctimas, y ahora nos dedicamos a representar a las víctimas que vivimos aquí en el exterior ante las unidades de Víctimas y de Restitución de Tierras en Colombia.
Gracias a mi amor por los carros logré montar mi empresa; me dediqué a la restauración de automóviles antiguos.
Como Emiro* son miles de campesinos víctimas de la violencia que han vuelto a su tierra. Y a través de la implementación de proyectos productivos le apuesta a la Paz Con Legalidad.
Nuestro pueblo era como casi todos: tranquilo, unido, de gente buena, hasta que llegaron los grupos al margen de la ley. El miedo nos obligó a mi esposo, a mi hijo y a mí a salir del país, pero la situación era tan difícil por ser indocumentados que nos tocó volver.
Había nacido nuestra segunda hija cuando empezaron otra vez las amenazas. Un día, estando en la terraza, llegaron hombres armados y le dijeron a mi esposo que si no se iba, lo mataban; el cansancio de ir de un lado a otro nos llevó a no hacerles caso. Un 23 de diciembre lo estaban esperando; lo mataron con el niño al lado, ni su cadáver pudimos recuperar porque salimos corriendo y a empezar de nuevo desde cero. Pero como dicen por ahí, uno no se puede morir con sus problemas, así que decidí participar en la estrategia de recuperación emocional del Estado, saliendo adelante con un nuevo proyecto de vida, llena de fuerzas y ganas de lograrlo todo.
Como Angelina*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
"Yo trabajaba con mi hermana vendiendo almuerzos en el pueblo, en Cravo Norte. Usted sabe que en el negocio de la comida se les vende a todos, tanto de un grupo como del otro y eso desencadenó esta historia de violencia que les voy a contar. A mi hermana y a mi sobrina las mataron y también quisierían acabar con la vida de otros de mis familiares;, por eso nos fuimos de ahí y llegamos a Arauca. Fue lo más horrible que he vivido y ese recuerdo sigue en mi mente y en mi corazón.
Pero hay algo que me dice que debo seguir luchando, dejar atrás los malos recuerdos y pedirle a mi corazón que no llore más. Siento que mi hermana y mi sobrina me dicen: “Carmen sigue adelante, eres una mujer emprendedora, no te rindas".
Estoy cansada de que me corran de un lado y de otro, por eso tengo mis esperanzas puestas en la restitución, para tener una tierra propia y poder trabajar y vivir en paz”.
Rosalba* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a producir su tierra para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad
Esta es la historia del secuestro de mi esposo. Era un sábado cuando me llamó un compadre y me dijo “Secuestraron a tu marido”; no me acuerdo de nada más, se me vino el mundo al suelo.
A la mañana siguiente nos fuimos a encontrar con el líder del grupo armado ilegal que lo tenía, quien nos dijo que estaba bien y que esperáramos noticias. Esos días de incertidumbre no se pueden contar con palabras, uno se imagina de todo. La gente del pueblo organizó una caminata, porque era la primera vez que secuestraban a alguien allí. Fue bueno sentir la solidaridad de los amigos, vecinos y de gente que ni conocía. A los trece días a mi esposo lo habían liberado cerca al río gracias a la intervención del Ejército Nacional. Cuando lo vi, corrí como si quisiera volar, nos abrazamos, lloramos, reímos. Compartir mi historia con el mundo me ha ayudado a soltar, a sanar.
Como Clara*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Cuando era niño, mis papás se separaron y mi mamá quedó sola con cuatro hijos. Como pudo nos dio educación. A pesar de las dificultades económicas éramos felices. Un día, llegaron hombres con fusil y nos hicieron salir a todos a la plaza.
Nos dijeron que de ahora en adelante teníamos que cumplir sus órdenes. A los tres días, empezaron a pasar de casa en casa y de una de ellas sacaron a un hombre. En ese momento, por fortuna, llegó el ejército. En el enfrentamiento murieron muchos. Yo como pude volví a mi casa. Ese día lo dejamos todo y nos fuimos a otro pueblo. Después de unos años, la vida me permitió volver nuevamente a mi pueblo y escribir estos retazos de mi historia. El ejemplo de mi madre, sacándonos a los cuatro adelante, me hace saber que yo también voy a lograrlo.
Como Luis Fernando*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Siendo muy niño, viví enfrentamientos y hostigamientos por parte de los violentos. Viví tantas cosas que si las escribo acá no terminaría. Me gradué en el colegio, siendo el mejor jugador de fútbol. Aunque me gustaba trabajar con mi padre, me fui al Ejército de Colombia.
Pasé muchas pruebas de supervivencia, porque todo el tiempo me tocó en la selva. Eso era duro, pero yo quería seguir hasta lograr lo que me propuse. Un día, sufrí un accidente: caí en una mina. Imagínese el mejor jugador de fútbol ahora sin poder jugar. Aun así, eso no acabó con mis sueños. Contar mi historia y demostrar que puedo seguir adelante, victorioso, es mi manera de decir ¡se puede! Este es mi llamado urgente a pedir: No más uso de minas antipersonal.
Como José*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
En el 2009 sufrí desplazamiento forzado. A los violentos no les importó que fuera una madre soltera con tres hijos, simplemente me sacaron de mi casa. Sola, sin tener a quién acudir, me llené de miedo y angustia.
No dormía de la tristeza al no saber qué hacer para cuidar de ellos. Comencé a pedir trabajo hasta que las puertas se fueron abriendo. Desde mi esfuerzo y sacrificio logré entender que era capaz de vencer los obstáculos que se presentaban; en mis hijos, además, encontré la fuerza. Ya no me siento vacía, ellos son mi compañía y hoy por hoy siento que Dios me sigue ayudando a salir adelante.
Como Teresa*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“En la madrugada del 20 de julio de 1996, cuando yo tenía tan solo 7 años, un grupo de paramilitares que estaban al mando de alias “Vladimir”, llegaron a mi hogar donde vivía junto a mi papá, mi mamá y mi hermano. A ellos los agredieron, los azotaron y finalmente los asesinaron. Yo me salvé porque mi madre logró esconderme debajo de unas sábanas y algo de ropa, de tal manera que esos hombres no lograron verme. Así quedé huérfano a los 8 años.
En la mañana, un tío me rescató y me llevó a Girón (Santander) donde pude estudiar solo la primaria. Después trabajé en oficios de ganadería en fincas que no eran la mía. Y un día llegó la restitución de tierras y me devolvieron el predio que, en el pasado, nos tocó vender por miedo.
Hoy puedo decirles que recuperé la vida, la esperanza y la confianza. Además, me compré un taxi que ahora manejo y con el que me gano otra platica”.
Como Armando* son miles de campesinos víctimas de la violencia que han vuelto a su tierra. Y a través de la implementación de proyectos productivos le apuesta a la Paz Con Legalidad.
Mi nombre es María del Pilar Espinel y hago parte de una familia trabajadora. Los primeros años de mi vida transcurrieron tranquilamente entre cafetales, en una zona aislada en el Valle del Cauca en la que se habla con acentos caleño y paisa.
Mi
finca, El Porvenir, está ubicada en Bugalagrande y la trocha que conduce a ella, es larga y tiene una vista increíble con un valle de lagunas y
cafetales. A esa finca, en el año 1999, llegó el Bloque Calima de las
Autodefensas y tuve que desplazarme a la capital del departamento con toda mi
familia.
Estuvimos muchos años lejos de nuestro hogar, pero gracias a la restitución regresamos a la vereda La Morena y volvimos a cultivar nuestro café Galicia, que es 100% orgánico y que tiene dulces notas a chocolate. Trabajamos para que el café llegue a países como Francia, mientras disfrutamos de la alegría de vivir en nuestro paraíso.
María del Pilar* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a la asociatividad para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad.
Con mucha tristeza recuerdo el día en que vimos llegar sudoroso al “Rocky”, quien era el conductor del campero que nos daba el sustento.Cuando abrimos la puerta, con voz temblorosa nos dijo “Quemaron el carro, bajaron a los pasajeros y le prendieron candela con todo y carga”.
Entre las cenizas apareció un panfleto donde nos amenazaban ¡Qué injusticia! Un daño que hicieron en horas nos llevó años reponernos. Pero esto no bastó para perder la fe, han pasado 14 años y el dolor nos dio fuerzas para luchar. Volvimos a empezar, con la cabeza en alto ganando muchas batallas, como solo lo podemos hacer los sobrevivientes.
Como Luis*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Mi historia empieza feliz, viviendo con toda mi familia, hasta cuando la violencia llegó a nuestro pueblo cargada de amenazas de muerte. Un día estábamos en la finca sembrando maíz y escuchamos una ráfaga de tiros: tuvimos que escapar.
Caminamos día y noche; después de mucho padecer, llegamos a la ciudad. No ha sido fácil, pero seguimos vivos. Tuve el valor de contar mi verdad y hoy estoy a un paso de cumplir una de mis metas: ser profesional y darle esa alegría a mi mamá. Tengo la certeza de saber que los que ya no están, nunca nos abandonan del todo; las enseñanzas de mi papá siempre me acompañan.
Como Augusto*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Cuando me animé a contar mi historia descubrí que mis recuerdos de niño son muy pocos: crecí en una familia unida, éramos nueve hermanos y ayudábamos a nuestros papás en el trabajo de la tierra.
Me sentía siempre feliz, hasta que un día unos hombres armados llegaron y arrasaron con todo. Mis vecinos perdieron sus casas, mis profesores desaparecieron. Aún nadie sabe qué pasó con ellos, nosotros tuvimos que huir. Según mis hermanos, de mis cosas solo lograron llevar una pantaloneta. En la ciudad llegó la vida dura, yo me quedé con una señora que me crio como si fuera su hijo y me sacó adelante. Logré estudiar en el SENA y ya llevo diez años como técnico profesional. Escribir esto me costó trabajo, pero me ayudó a sentirme orgulloso de estar acá, con ganas, ayudando a mis mamás, con una familia propia y dándole gracias a Dios por todo.
Como Fabián*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Vivíamos en un pequeño apartamento alquilado, sin lujos, pero con todo lo necesario. Los fines de semana íbamos al parque, a comer pizza o a caminar a las montañas.
Una mañana yo estaba barriendo la calle cuando de la nada apareció un hombre y se metió a mi casa, más exactamente al cuarto donde dormían mis tres hijas. Detrás de él entró otro hombre armado persiguiéndolo y lo mató frente a mis niñas. Sentí un vacío en todo mi ser. No hay manera de describirlo. Yo no lo sabía en ese momento, pero eran actores armados al margen de la ley. Después de eso empecé a recibir amenazas de muerte y tuve que salir huyendo del pueblo. Ya no éramos la familia feliz de antes. Participar de una estrategia de recuperación emocional dirigida a víctimas, me hizo darme cuenta de que soy una sobreviviente. Escribir esta historia es parte de mi proceso de sanación. Mis hijas han vuelto a sentirse seguras y tranquilas. Yo sé que mientras estemos las cuatro juntas, nada podrá con nosotras.
Como Mariana*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Presencié una de las escenas más violentas de la historia del país: la masacre de El Tigre. Soy madre de dos hijos y sobreviviente de una guerra injusta. Como muchas mujeres fui víctima de desplazamiento y abuso sexual, en medio de los enfrentamientos entre los paramilitares y la guerrilla.
Recuperé mi tierra. Hoy soy defensora de los derechos humanos en el Putumayo y la presidente de una asociación conformada por 62 mujeres víctimas que, como yo, sufrieron muchas barbaries; pertenezco al comité de impulso departamental de la asociación y trabajo para que seamos escuchadas. Mi misión también es llevar una voz de aliento.
Trabajo con la convicción de que saldremos adelante, que seremos escuchadas pese a que estamos en tierras tan lejanas, que ese silencio se convertirá en voz a voz y que todas nos sumaremos para llevar un mensaje de amor, de amistad, de reconciliación y de paz, que es lo que anhelamos.
Rosa* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a la asociatividad para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad.
En el campo todo era muy bueno. Convivíamos en nuestra vereda y cultivábamos café dignamente y hasta podíamos ahorrar para el estudio de nuestros hijos.
Cuando llegó un grupo armado ilegal, las cosas sí que cambiaron: los niños no querían ir a la escuela porque quedaba en otra vereda y ahí habían asesinado a algunas personas. Cerca de nuestra casa empezamos a oír helicópteros y disparos; era por la quema de un laboratorio ilegal que había ahí dentro de la montaña. Nos sentíamos tan desprotegidos que decidimos salir de la finca a buscar refugio. Después de un tiempo, las cosas mejoraron gracias a la ayuda que he recibido de parte del programa de reparación integral a las víctimas. Las capacitaciones y las enseñanzas que he recibido me ayudan a llevar una vida mejor, sin miedo ni temor. Hoy le doy gracias a Dios porque todo cambió.
Como Darío*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“Una noche cualquiera la violencia me quitó, en un abrir y cerrar de ojos, a mi padre, a mis hermanos, mi casa, mi tierrita y mi trabajo y junto con ellos, también perdí hasta la razón.
Al borde de la demencia, me vi obligado a abandonar la tierra que me vio nacer y crecer. A pesar de tantos males, siempre conté con el apoyo amoroso e incondicional de mi esposa e hijos. Su presencia y paciencia fue lo que me ancló a la vida. Ellos me enseñaron que la esperanza nunca debe perderse. 20 años después pude volver a mi predio, trabajar mi proyecto productivo de ganadería y levantar nuevamente mi casa. Ahora abrigo la esperanza de entregarles un futuro mejor a los que amo. No puedo recuperar a mi padre o a mis hermanos, pero sí recuperé las ganas de vivir y de darlo todo por los míos y por mi comunidad, esa que alguna vez tuve que dejar y de la que espero no irme nunca más”.
Nunca tuve la oportunidad de ir a una escuela porque debía ayudar a mi papá desde muy chiquito. En la adolescencia trabajaba como jornalero o “jarriando” agua en burros.
Después me casé y tuve seis hijos, pero una tarde el dolor de la violencia llegó con la muerte de mi hermano y tuve que salir del pueblo y dejar a mi familia botada; me fui a la ciudad donde aprendí carpintería, y cuando pude volver al pueblo compré máquinas para trabajar la madera y enseñarle el oficio a mis hijos. Sin embargo, en el 2005 nos volvió a tocar la violencia: mataron a mi sobrino en su propia casa, mientras dormía. A pesar de todo nos sobrepusimos. Hoy, mis hijas son profesionales y mis hijos trabajan conmigo en la casa. Le he trabajado al perdón, tratando de vivir en paz y gozándome a mis nietos, porque yo quiero poder decir que le gané la partida al dolor y al odio.
Como Alejandro*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Nosotros teníamos un restaurante y entre todos nos repartíamos las labores. Mi compañero, mis hijos y yo trabajábamos duro para sacarlo adelante y lo estábamos logrando.
A la llegada de los grupos armados ilegales a la región, nos obligaron a dejar la casa, con un solo par de mudas de ropa y lo poco que pudimos sacar. Hoy, estamos tratando de salir adelante con mucho esfuerzo, luchando además contra el peso de ser desplazados. Ojalá en este país se entendiera que si estamos acá es porque nos obligaron. Espero que dar a conocer nuestra historia sirva para que nos vean con otros ojos.
Como María Paulina*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Nací en una pequeña vereda y soy la menor de ocho hermanos. “Tener hermanos siempre te hará la vida más fácil”, pensaba yo, hasta que cumplí 20 años cuando empezaron a llegar hombres armados que llenaron de miedo y de muerte lo que antes era un lugar hermoso.
Una tarde, uno de ellos vino a mi casa preguntando por mis primos; fue tanto el miedo que sentí, que decidí esconderme en el baño, pero luego mi curiosidad pudo más y salí corriendo a su casa. Ahí los encontré muertos. Ellos, los violentos, me vieron y dijeron que si no me iba, también me mataban. Me fui a la ciudad pensando que así podía escapar del dolor. Recordar lo fuerte que me sentía junto a mi familia me ha dado la fortaleza para seguir luchando, porque quiero darles a mis dos hijos y a mi esposo lo mejor de mí.
Como Fanny*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Mi esposo y yo éramos muy jóvenes cuando tuvimos hijos. Vivíamos felices y ahorrábamos para darles estudio a nuestros hijos, debió ser por eso que mi esposo aceptó un trabajo lejos de nosotros.
Según él, era una gran oportunidad. Habían pasado cinco años desde que se fue, cuando nos llegó la noticia de que fue retenido a la fuerza por un grupo armado ilegal. Ya van 18 años y hasta la fecha no sabemos nada de él. Mis hijos crecieron, formaron sus propias familias y aunque pasa el tiempo, no hay un solo día en que no piense a mi esposo. He encontrado apoyo y solidaridad de otras mujeres que también siguen buscando a sus seres queridos y de entidades del Estado que trabajan para ayudarnos a encontrarlos. Ellos, nuestros desaparecidos, siempre estarán presentes y aún tenemos esperanzas de que regresen. Nada llena el vacío que deja un familiar desaparecido, pero tener esta oportunidad de contar mi historia alivia un poco el sufrimiento.
Como Martha*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Antes de que llegara la violencia a nuestras vidas, éramos una familia numerosa y unida. Nueve hermanos y mis padres. Vivíamos felices disfrutando del campo, viendo esos amaneceres que solo se dan por acá.
Teníamos grandes cosechas, mejor dicho, el campo nos lo daba todo. Hasta que nos tocó la guerra que convirtió la felicidad en miedo e impotencia; tres de mis hermanos ya no están, los grupos armados ilegales dejaron huérfanos a mis sobrinos y viudas a mis cuñadas. Nos tocó salir corriendo, dejando atrás todo lo que teníamos. Es cierto que la reparación material importa, pero lo que cada día agradezco es la reparación psicosocial brindada por el Estado, esa que nos ha permitido ver de nuevo a los otros como personas buenas y descubrir en nuestro propio ser, lo valientes que hemos sido, que podemos coger a la vida de frente y decirle: ¡Claro que puedo!.
Como Cristian*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Soy de una familia trabajadora del campo y cultivadora de café. Mi pueblo era tranquilo hasta que comenzaron a llegar los grupos armados, que exigían que les diéramos animales y comida o nos mataban. Un día llegaron a mi casa a hacer sus exigencias.
Mi mamá se asustó tanto que no logró cocinar. Cuando mi papá salió a explicarles, ellos lo ataron a un árbol y empezaron a amenazarlo. Todos suplicábamos que no lo mataran, entonces le dispararon en un pie y se llevaron los animales. Mis papás decidieron que teníamos que irnos de allí inmediatamente y dejarlo todo. Conseguimos trabajo en una finca de otro pueblo, pero ahí llegaron otros violentos. A cierta hora, al que encontraban en la calle lo mataban. Con la llegada del Ejército, las cosas empezaron a mejorar y volvió la paz a nuestras vidas. En 2011, mi papá supo que podía declarar como víctima del conflicto, así que decidió contar su historia para poder sanar y para que nunca nadie tenga que volver a vivir estas cosas.
Como Carlos*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“Crecí en el campo con mis padres y tres hermanos Éramos muy felices, hasta que empezaron a aparecer huellas de botas en los patios de las casas y camionetas llenas de hombres armados. Un día llegaron dos desconocidos a nuestra finca, hablaron con mi papá y luego de cruzar unas palabras, el rostro de mi padre solo expresaba angustia, a los pocos días salimos de la parcela cargados de incertidumbre.
Llegamos a la ciudad a empezar de cero., Como hermana mayor tuve que dejar mis estudios para conseguir el sustento;, mi padre a su avanzada edad trabajaba en lo que le apareciera. Así me forjé como mujer luchadora, pude continuar mis estudios, pero la tristeza se llevó a mis padres, fallecieron poco antes de que la Unidad de Restitución de Tierras nos devolviera nuestro predio. Ahora, dejamos las penas a un lado y estamos dedicados a ser felices, producir bocachicos, ganado y hortalizas”.
Ana* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y con su tenacidad y liderazgo apoya la transformación de territorios. Así es la Paz con Legalidad.
Soy Rosalba Rey, tengo 58 años y nací en San Martín (Meta). Quedé viuda debido a la violencia, pero esto no me define porque soy una mujer emprendedora y luchadora. En 1988, me fui a vivir a Tillavá, en Puerto Gaitán. Allí conocí a José Amado, el amor de mi vida, pero el amor solo duró una década.
Mi tragedia comenzó en 1995 con la llegada de desconocidos que incendiaron la vereda. Aún no nos reponíamos de la pérdida cuando guerrilleros de las Farc asesinaron a mi hermana, por lo que tuve que desplazarme hacia Villavicencio.
En 1998 desapareció mi esposo, se lo llevaron junto con dos carros que teníamos. Lo busqué, pero nadie me dio razón. Después me confirmaron que lo habían matado. La Unidad de Restitución de Tierras es mi familia. Me ayudaron, me compensaron con otro predio en Guamal, donde actualmente vivo.
Rosalba* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a producir su tierra para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad.
Un día tuve que salir hacia otro país a causa de la violencia, porque en nuestro país a veces uno tiene que irse por miedo. Cuando regresé decidí presentarme nuevamente a la Unidad para las Víctimas.
Comencé a ir y me dijeron que sí, que la reparación seguía vigente y sigo feliz por la ayuda que me han dado. Acá estoy de nuevo con deseos de emprender y salir adelante. Yo les digo a todos los que están con ganas de volver a su tierra, a su casa, que lo hagan sin temor y que pidan ayuda, porque sí la hay, solo hay que ir a buscarla. Esa ayuda y el amor de mi familia me han dado fortaleza para empezar una nueva vida acá en mi país, en mi casa, en mi tierra.
Como Jorge*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Nací en el occidente de Antioquia, a orillas del río Cauca. Por las obligaciones familiares migramos al suroeste, donde cafetales y montañas adornaron mi infancia. Felicidad.
Fue un espejismo, hice maletas. Esta vez solo y joven partí hacia Berrio. En orillas del Magdalena buscaba mi lugar. Horizontes y fincas ganaderas fueron mi escuela, allí aprendí todo, incluso a huir para preservar la vida.
Llegué recomendado al nordeste. Una tierra que me abrazó por décadas y que vio nacer mis hijos y un hogar, que fue destrozado por la guerrilla y que tuve que abandonar para continuar sobreviviendo. Terminé llegando a Medellín, agobiado. Lejos del campo aprendí a conducir camiones, a ir y venir sin más.
Un día sonó el teléfono. Dijeron muchas cosas y solo entendí una: que me devolverían mi tierra en el nordeste. Por fin habría puerto de llegada. Era tiempo de comenzar de nuevo, por última vez.
Como Juan* son miles de campesinos víctimas de la violencia que han vuelto a su tierra. Y a través de la implementación de proyectos productivos le apuesta a la Paz Con Legalidad.
“Por las confrontaciones entre los frentes 21 y 66 de las Farc y el Bloque Tolima de las AUC, todos los de mi vereda nos desplazamos y durante años solo nos cobijó la incertidumbre. No sabíamos cómo empezar de nuevo. Lo habíamos perdido todo.
Cuando llegó la restitución al sur del Tolima no creíamos en la promesa del Estado pues habíamos tocado muchas puertas sin recibir respuesta. Pasados los años solo puedo expresar mi gratitud porque no solo logré recuperar las 24 hectáreas de tierra que había perdido, también me reinventé como mujer y nuestra familia cambió.
Ahora soy la líder de una asociación conformada en su mayoría por mujeres víctimas de la violencia que recuperaron sus tierras y que cultivan café, y al año comercializamos 103 toneladas en el mercado local y nacional. Logramos superar las diferencias generadas por la violencia y respiramos un nuevo aire”.
Teresa* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a la asociatividad para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad.
Nosotros éramos una familia grande y feliz que teníamos cultivos de arroz, ñame, yuca, plátano, caña y muchos animales. Sin embargo, un día todo cambió con la llegada de grupos armados ilegales, que nos obligaron a dejar nuestra tierra e ilusiones.
Pasamos momentos difíciles, tuvimos hambre, frío y lo único que nos reconfortaba era estar juntos. La gran tristeza que nos embargaba hizo que mi padre se enfermara pues no pudo aceptar el hecho de haberlo abandonado todo. Así fue como un día su corazón dejó de latir y mi familia se quebró. Fueron momentos muy difíciles y lograr entender lo que había sucedido, nos tomó tiempo. Aunque a veces me cuesta recordar lo que sucedió, poco a poco reconstruimos nuestras vidas. Hice una familia y hoy, en mis hijos y nietos, puedo ver la posibilidad de un futuro. Ahora pienso en seguir trabajando para ellos y para la comunidad en la que me encuentro. Entre el amor de la familia y el de Dios, hallé las fuerzas para seguir adelante.
Como Manuel*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Viví mi niñez con mis abuelos, porque mi padre tenía que trabajar de jornalero en fincas que quedaban lejos. Recuerdo que mi hermano y yo nos íbamos a la escuela en burro y a veces llegábamos a la casa empapados.
Mi infancia y mi adolescencia las pasé entre juegos y risas, hasta que llegó la violencia. Teníamos que acostarnos antes de las nueve, porque al que encontraran en la calle lo montaban a un carro al que apodaban “La última lágrima” y lo mataban. Como a mi tío que un 22 de enero lo encontraron muerto en una finca. El dolor y la indignación nos superaba. Hoy pude poner en un papel todo el sufrimiento para que saliera de mi corazón, y logré contar un pedacito de mi historia: esa vida que la violencia trató de quitarnos, pero no la dejamos.
Como Santiago*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Yo tenía una vida feliz con mi esposo y mis dos hijos. Cosechábamos café, teníamos marranos, gallinas, caballos y hasta un burro con el que mis hijos jugaban. Incluso, habíamos logrado comprar algunos electrodomésticos.
Una noche comenzamos a oír un helicóptero y de repente entraron unos hombres a mi casa y se llevaron a mi marido. Desde ese día no he sabido nada de él. Fue tanto el miedo, que huimos. Los tres cogidos de la mano llorábamos sin parar por todo lo que estábamos dejando y porque en ese momento sabíamos que yo me quedaba sin esposo y ellos sin papá. Ahí empezó la pesadilla. Trabajé muy duro y logré irme en arriendo a una casita. Pero un día pasó un milagro: me llamaron y me dijeron que salí beneficiada con una casa a través de un programa del gobierno. Hoy ya no tengo que pagar arriendo. Fue bueno recuperar algo de lo material con la indemnización, pero lo mejor, con el acompañamiento psicosocial pude recuperarme a mí misma.
Como Sandra*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Yo solo estudié hasta segundo de primaria, por eso cuando tuve hijos dije: “Ellos sí van a estudiar”. Pero un día la violencia nos llegó de frente: encontramos una nota donde nos decían que teníamos que irnos o nos mataban.
Tuvimos que llegar a una ciudad sin nada: mis hijos pasaron de ser niños, a ser desplazados, a vivir con miedo, con hambre. Eso era más duro que el miedo a morir y un día decidimos echarnos la bendición y volver a la tierra. Mi vida cambió cuando pude sentarme frente a un papel y escribir de principio a fin lo que viví, entendí que volver a trabajar la finca era mi forma de ganarle a los violentos. Por eso mi pedido a Dios es que podamos seguir viviendo en paz y, sobre todo, juntos.
Como Jonathan*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Tengo 58 años y he sobrevivido a la guerra que, una y otra vez, golpeó a Urabá. En 1996 mi esposo fue asesinado por un grupo paramilitar en medio de una carretera, y tuve que cargar el cuerpo para evitar que algún carro que cruzara lo pisara, mientras tanto mis niños vieron como el rostro de su padre había sido despedazo por los tiros. Ante la presión de que pudieran hacerme lo mismo por no querer entregar la finca terminé vendiéndola.
Entre 1993 y 1999, tres de mis hijos fueron, al parecer, reclutados por los paramilitares y solo uno de ellos regresó con vida.
Hace casi 2 años, la Unidad de Restitución de Tierras con sede en Apartadó me entregó mi predio, me ayudó a implementar proyectos productivos de cultivo de plátano, yuca, maíz y cacao; además, inicié un proyecto de ganadería, y ahora vendo leche y queso. Gracias al Estado he ido recuperando un poco de la vida que me arrebataron.
Leonor* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y le apuesta a producir su tierra para impulsar el desarrollo rural. Esta es la Paz con Legalidad.
Nuestros ancestros fueron agricultores, por eso mi esposa y yo criamos también a nuestros hijos en el campo. Arrendamos una tierra y construimos una casa que poco a poco fuimos mejorando.
Cuando mi esposa y yo nos acordamos de eso, se nos llenan los ojos de lágrimas, una cosa es contarlo y otra vivirlo. Un siete de octubre, un hombre con la cara cubierta con un pañuelo nos dio un panfleto que decía que teníamos que irnos antes de que se acabara el día o nos mataban. Nosotros nos preguntábamos qué habíamos hecho, pero sin pensarlo más, salimos de ahí. Vivíamos en casas que se inundaban, aguantamos hambre y nuestros hijos permanecían muy tristes. Sin saber qué hacer, recurrimos a la Unidad para las Víctimas y allí nos dieron el apoyo necesario para recuperar la esperanza de una mejor vida. Tuvimos la certeza de poder construir un presente y un futuro para nosotros y nuestros hijos.
Como Andrés*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Uno de niño no entiende bien la violencia, confunde las balas con las risas. Hasta que le toca de frente y es ahí cuando el corazón se llena de tristeza. A un hermano mío lo balearon, del otro lado.
Imagínese qué sentíamos nosotros, unos niños, viéndolo en el suelo. Le metieron un tiro. Entonces ¿qué puede sentir uno? Miedo, mucho miedo. A mí la reparación me sirvió para cambiar el dolor por las ganas. Porque hay que soñar despierto, es lo que yo he dicho. Y soñar despierto, no para mí, para toda mi gente. Aprender para enseñar a los demás y saber que se puede. Que, si yo pude, todos podemos.
Como Arnulfo*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Crecí en una finca con mis hermanos y primos. Pasábamos dificultades, claro, pero las cosas bonitas era lo único que veíamos. Un día los violentos llegaron y la vida de todos cambió; el pueblo se había convertido en nuestra cárcel: teníamos que pedir permiso para salir, para hablar con alguien.
A mi primo lo mataron mientras descansaba en su hamaca y a mi tío lo torturaron hasta matarlo. Toda esta violencia no impidió que continuara con mi vida. Terminé mi bachillerato, me casé y tuve un hijo. Luego estudié enfermería y trabajé con el Estado durante ocho años en una estrategia de atención a víctimas. Esto me permitió darme cuenta de que mi vida me había dado las herramientas para salir adelante.
Como Amanda*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Nosotros vivíamos a la orilla del río, por eso teníamos una tierra muy productiva. Cosechábamos café, pescábamos, todo era muy lindo. Hasta que una noche llegaron hombres armados a rodear nuestra finca y las de los vecinos.
Quemaron casas, amenazaron a todos y mientras, los niños mirábamos por las rendijas; todo era una gran confusión. A mis profesores los ataron y se los llevaron y a una persona que se negó, la mataron. No tuvimos más opción que salir corriendo con lo que teníamos puesto. Me tocó trabajar desde pequeño y como pude saqué mi bachillerato. Decidí que si quería salir adelante tenía que seguir con mis estudios, por eso trabajé mucho, hasta que pude graduarme de enfermera. Hoy sigo trabajando y ayudo a salvar vidas, porque sé que las cosas cambiaron para bien y yo quiero ser parte de eso. Hoy me siento una empoderada de la vida.
Como Lucía*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
A veces no me gusta hablar de lo feliz que era antes de la violencia, porque me doy cuenta de todo lo que perdí. Y no es solo lo material, es haber perdido la unión familiar, el arraigo.
Es ver que pasas de estar tranquilo, a tener un hombre con un arma que te apunta y dice que es mejor que te vayas porque esto se va a poner color de hormiga y te aparta de tu hijo. Es ver que tu pequeñita tiene que irse lejos para que no la violen. Es el miedo de llegar a un lugar nuevo sin saber en quién puedes confiar. Cuando despertamos de la pesadilla, alguien a quien le pasó lo mismo nos dijo que podíamos ir a la alcaldía, que no tuviéramos miedo. Así, gracias al apoyo del gobierno que nos ha dado vivienda, ahora vivimos dignamente. Con la valentía que solo Dios puede darnos y el apoyo psicosocial, vamos saliendo adelante. Perdimos las cosas materiales, pero no perdimos lo que somos.
Como Roberto*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“Mi amor: son las nueve de la noche y me dediqué a escribirte esta carta porque ya estoy descansando de mi trabajo. Te extraño y no he dejado de pensar en ti. Espero que la fuerza de este sentimiento que has despertado en mí nos mantenga fuertes, sin importar la distancia. Te amo”.
Yo creo que la distancia fortaleció nuestro amor y me hizo esperar, con paciencia, el momento de volver a verlo. Soy Gloria Garcés* y esta es mi historia: soy una mujer trabajadora de Buesaco (Nariño) y la guerrilla me quitó todo, mi tierra, mis sueños y mi amor. Para recuperar a mi esposo, hice algo que una mujer enamorada haría, me infiltré en la guerrilla y lo rescaté. Huimos durante mucho tiempo, pasamos por El Tablón de Gómez, San José de Albán y hasta Cali, pero un día recuperé mi tierra, mis sueños y mi amor. La vida sin él no tenía sentido. Ahora construyo mi hogar junto a él.
Gloria* es una de las miles de mujeres que han recuperado su tierra y con su tenacidad y liderazgo apoya la transformación de territorios. Así es la Paz con Legalidad.
Hace algunos años sufrí violencia sexual por un grupo armado al margen de la ley, estando embarazada de seis meses. A ellos no les importó que les dijera el daño que podían hacerle a mi bebé; no les importó mi súplica.
Cuando todo acabó no quería seguir viviendo, pero saqué fuerzas por el hijo que llevaba en mi vientre. Después de un tiempo, conocí una organización de mujeres víctimas de violencia sexual y ahí me brindaron apoyo psicológico, ya que sufrí de depresión e intenté quitarme la vida, ahí me di cuenta de que mi cuerpo había guardado todo el dolor. Comencé a hacer talleres con otras organizaciones que también llevaban casos de mujeres víctimas de este delito, lo cual me motivó a hacerme profesional para poder ayudarlas contando sus historias. Hoy, soy una mujer empoderada que busca seguir luchando para que se oigan las voces que aún se mantienen en silencio.
Como Victoria*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Mi esposo, quien trabajaba la tierra, era el árbitro de todos los partidos en las veredas cercanas. Un día después de celebrar la final del torneo de la región, apareció muerto por no cumplir el toque de queda del grupo armado ilegal que se había tomado la zona.
La vida tranquila que habíamos llevado hasta entonces se rompió en pedazos; el dolor y el desconsuelo en mí y en mi familia nos quedaron por mucho tiempo. A mi suegro le ganó la tristeza y falleció poco después. Mis hijas necesitaron apoyo psicológico para superar la pérdida de su papá y yo debí asumir el papel de padre y madre, además de encontrar cómo sobreponerme. Contamos con el apoyo de personas que fuimos encontrando en el camino y, gracias a ellos y a nuestra fortaleza, hoy mis hijas son bachilleres y están buscando la forma de empezar su futuro profesional.
Como Inés*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
Vivíamos en nuestra finca trabajando, como todos los vecinos. Mis hermanos mayores ayudaban a mi padre en las labores y mis hermanas y yo estudiábamos en la escuela.
Una noche de noviembre llegaron los violentos, rompieron la puerta de mi casa y sacaron a mi padre y a mi hermano mayor; nos amenazaron a todos y a ellos los golpearon sin compasión. Luego los amarraron y se los llevaron. No hemos sabido qué pasó con ellos. Yo, de 12 años, y mi hermano, salimos a buscarlos, pero él tampoco volvió; tiempo después, supimos que lo habían asesinado. Tuve que empezar a trabajar para mantener a mi mamá y a mis hermanas y a pesar del miedo y del dolor, logré tener fuerzas y sacar a la familia adelante. Sus ejemplos y los recuerdos de ellos me dieron la valentía para hacerlo. Hoy, gracias al amor de mi familia, me siento un guerrero de la vida.
Como John*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
La vida de un hombre como yo era trabajar con visión y perspectiva de superación y todos los días vendía fruta para ganarme el sustento. Pero la vida me cambió en un abrir y cerrar de ojos, aquella mañana en la que se me acercaron dos tipos dizque a comprar.
Cuando saqué el dinero que les sobraba, ellos me dijeron “Mira llave, nosotros no vamos a comprar nada, queremos la plata ¡Así como lo oyes! Y si no te matamos a ti y a tu familia”; me dijeron que me fuera y allí empezó el desplazamiento forzado. Después de haber vivido todas esas dolencias, llegó la ola invernal y volvió a quitarnos todo; pero también era el momento de sanar. Escribir, dibujar, poner en un papel el dolor, me sirvió para entender que el amor de Dios y el de mi familia son las herramientas que necesito para salir adelante y que tengo la bendición de vivir sin sobresaltos y en paz.
Como Diego*, miles de sobrevivientes de la violencia contaron sus historias en la estrategia de recuperación emocional, que contribuye a la paz con legalidad.
“Para llegar al pueblo caminé por más de dos horas, mientras cargaba en mi espalda el cuerpo de mi hijo, después que hombres de la guerrilla llegaron a la finca, lo acusaron de ser colaborador del Ejército por haber sido soldado profesional, y le propinaron 29 tiros.
Desde ese día no regresé a mi casa. Junto como mi esposa y 9 hijos nos radicamos en el Huila donde conocimos el hambre. Dejé atrás mi tierra, San Vicente del Caguán y pensé que jamás regresaría al lugar donde crecí.
Una de mis hijas decidió emprender el proceso de restitución de tierras y hace tres años me entregaron la finca. Tengo 72 años y nunca recibí ayuda del Estado, hasta que la Unidad de Restitución me devolvió mi hogar y me ayudó con recursos para asistencia técnica y para implementar el proyecto de cultivo de café. Ahora mis hijos y nietos disfrutan del campo y veo con esperanza el futuro”.
Como Efraín* son miles de campesinos víctimas de la violencia que han vuelto a su tierra. Y a través de la implementación de proyectos productivos le apuesta a la Paz Con Legalidad.
Como refugiada política fue duro tener que dejar a mi familia y a mis hijos. Hoy me encuentro en los Estados Unidos y soy una sobreviviente del conflicto armado en Colombia.
Sufrí, tuve que recomenzar de cero la historia y tratar de reconstruirme. Me siento agradecida por la fortaleza que tengo porque, realmente, las mujeres que dejamos a nuestros hijos ya no somos las mismas.
Siento que aunque me arrancaron de aquel lugar, volví a florecer en otro sitio sin perder mi esencia, sin perder mi conciencia para seguir luchando. Hoy continúo exponiéndole al mundo que necesitamos que se pare toda la violencia en contra de los líderes sindicales y los seres humanos que piensan diferente.