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Pablo Fajardo Pineda, El hombre que volvió del frío

“Eran las 5 de la mañana. Sentí un golpe fuerte en la ventana de la casa de mi finca. Me levanté y un grupo de hombres entró. Me dijeron: 'somos de la guerrilla y usted debe seguirnos'. Estaba en ropa interior, escasamente me dejaron vestir y me sacaron de la casa. Ahí comenzó mi pena”. Ese es el recuerdo que Pablo Fajardo tiene del momento en que un grupo de las Farc se lo llevó secuestrado en el departamento del Meta.

“Duré amarrado dos semanas. La persona que me cuidaba era un muchacho que había trabajado conmigo, lo tuve unos días ayudando a cercar pero de un momento a otro se fue. No sabía que estaba en la guerrilla. ‘Le van a aplicar la ley 9 (por los 9 milímetros de las armas que usan)', me dijo. Está acusado de pedirle al ejército que bombardeara el campamento. A usted lo van a matar”.

Cuatro años atrás, Pablo había llegado a la zona con la ilusión de forjarse un capital para su familia. "Manejaba un camión en Bogotá cuando un hermano me propuso irme para el Llano, para Puerto Rico, Meta. Como ya conocía su finca y me gustaba como vivía; tenía casa y ganado, acepté. Los seres humanos tenemos la ambición de tener, de mandar, de crecer, por eso en 1999 me fui para allá. Compramos una finca muy barata, a unas cinco horas de Villavicencio. Mi hermano me ayudó con una plata. Conseguí madera y construimos una casa.

“Comenzamos a surgir, tenía ganado y con mi hermano pusimos un negocio de material para construcción. En solo cuatro años limpié una finca que estaba casi en abandono. En el 2004 tenía un capital fluyente. Además, adquirí un par de camionetas que prestaban el servicio de transporte.

“En la región se decía que había grupos armados. Uno los veía rondar por ahí, pero no era cosa de pararles bolas. A finales de 2003 su presencia se hizo más frecuente, se veía mucha gente uniformada. Después, la zona se convirtió en un centro de mando para la guerrilla, sin embargo, no era un problema para nosotros.

“Comenzaron a apretar y dijeron que había que pagar un impuesto, dependiendo de lo que se tenía. Decidimos hacerlo, pero más por ignorancia. En el 2004 la cosa se complicó porque llegó el Ejército y comenzó a tomar cartas en el asunto. Hizo presencia y sobrevolaban la zona, a los que tenían cultivos de coca se los fumigaban.

“Mi familia vivía en Bogotá, mi esposa y mis tres hijos. La mayor tiene hoy 32 años, el segundo 27 y la menor 23 años. Mi esposa se encargaba del estudio de las dos niñas y cuidado a mi hijo, que es autista. Vivíamos en el barrio Alfonso López, en la zona de Santa Librada.

“Yo viajaba constantemente y una vez, al regresar encontré que la guerrilla había hecho un camino en terrenos de mi finca. Lo dejé así, pero después hicieron otra carretera e instalaron un campamento. Les reclamé, les dije que me perjudicaban porque eso era ilegal. Días después me tocó viajar y al día siguiente bombardearon y murieron varios guerrilleros, entre ellos un comandante”.

LA FUGA

“Para ejecutar la orden de matarme tenían que esperar a que llegara otro comandante. Mientras tanto me tenían amarrado a una silla protegido solo con un toldillo para que no me picaran los zancudos. Lo único que podía hacer era estirar las piernas. Recibía agua por obligación y dejé de comer. Después cambié de opinión y comencé a recibir los enlatados que nos ponían y la panela, además de unas barras energéticas. Eso me sirvió mucho más adelante.

"El día que se suponía debía llegar el comandante decidí comer bien, pensaba que igual me iba a morir. A las 9 de la mañana sentimos volar helicópteros y comenzó un bombardeo, por la radio de ellos dijeron que se cancelaba la visita. Me pusieron botas de caucho y me obligaron a caminar en medio de ellos. Ellos tenían uniforme y se cambiaron por ropa de particular. Arriba escuchábamos los helicópteros. Eso fue infernal. Todos corríamos, de pronto, uno de ellos le soltó un ráfaga a un helicóptero y eso fue como el juicio final. Pero el instinto de conservación me ayudó. En un momento dado se retiraron los helicópteros y me di cuenta que ellos estaban más asustados que yo.

"Llegamos a una cerca y conmigo solo quedaron cuatro, se habían dispersado. Un hombre de edad, al que le decían La Bruja, fue el que primero pasó. Lo seguí, pero la Bruja se distrajo y arranqué a correr. Me hicieron como 50 disparos de pistola. En ese tiempo tenía buen físico, creo que corrí sin parar por más de una hora. Cuando me detuve no sabía dónde estaba, apenas se veían los pájaros y quedé enterrado entre la hierba y el rastrojo. Ya no podía más, tenía el pantalón despedazado y había perdido una bota.

"Decidí tirar la otra porque así no podía caminar rápido, el pie lo tenía quemado, sancochado. Estaba atemorizado por las culebras. En el bolsillo encontré un pedazo de panela y tomé agua de un pocito. Después de andar como dos horas ya no sentía ni gritos, ni ruido. Seguí caminando toda la noche y, como a las 3 de la madrugada, escuché cantar gallos y me fui en esa dirección. Sentí el rumor de un río, el movimiento de motores y reconocí el sitio donde estaba, había ido a parar al río Ariari.

"No confiaba en nadie, la idea era que no me vieran. Sangraba por varias partes, parecía un cristo. Bajé al río, eran como las 6 de la mañana. Tomé una canoa con motor fuera de borda y la prendí. Arranqué río arriba pero, como sabía que la guerrilla transitaba por allí, le di a toda velocidad. Veía las canoas que venían y pensaba 'son guerrilleros'. Afortunadamente el motor era fuerte, un Yamaha 125. Llegué a Puerto Rico y allí estaba la policía. Les conté la historia pero dijeron que era mentira, que era un guerrillero. Me pidieron los papeles y no los tenía. Como conocía a varias personas en ese pueblo, les pedí que llamaran a Próspero. Él me reconoció, pero me dijo, 'yo no puedo ayudarlo porque usted sabe como es la mano aquí'.

"La policía me dejó y Próspero me indicó que entrara a su casa por la parte de atrás. Me compró ropa y me dio 150 mil pesos. Me aconsejó que fuera con el ejército. Hablé con un mayor que me dijo: 'sabe qué, piérdase de aquí, que si la guerrilla no lo mató los paramilitares sí, ellos están por ahí.

"Me sentí muerto y me fui a la flota La Macarena, compré un pasaje hacia Villavicencio en la parte de atrás. Como estaba afeitado y bien bañado, me hacía el elegante y la oveja mansa. Llegué a Villavicencio y arranqué para Bogotá.

"Llegué a vivir donde un hermano pero resulta que comenzaron a mandar panfletos. Me echaban la culpa por los guerrilleros muertos. Conseguí trabajo como taxista y decidí dormir en partes diferentes pero, sobre todo, donde una hermana que vive en Villas de Madrigal. Un día, a las 6 de la mañana, le golpearon en la casa. Ella vio que eran personas extrañas y no les abrió. Engancharon la puerta a un campero blanco y la arrancaron. Entraron a buscarme pero como ella no sabía nada, no le hicieron nada.

"Por eso decidí irme. Lo venía pensando desde hace rato; había ahorrado como un millón de pesos y ya tenía listo el pasaporte, pero no sabía qué hacer con mis hijos y mi esposa. Los recursos que tenía eran pocos, de la finca y las camionetas no quedó nada y no podía reclamar.

"Compré un pasaje hacia Panamá porque no pedían visa. Luego crucé la frontera en bus, la idea era tomar un bus a la frontera y seguir hacia Estados Unidos. Cuando llegué a Costa Rica se me acabó la plata. Conseguí un trabajo, pero me sentía perseguido, vigilado. Pedí asilo. Estudiaron mi caso y decidieron que debía ir a un tercer país, me consiguieron Suecia. Eso no estaba en mis planes, yo quiero a Colombia y no pensaba salir del país. En agosto del 2006, salió la resolución y Acnur (el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) se hizo cargo de todo. Me llevaron a vivir a un hotel dos meses y me daban algo de dinero para sobrevivir. Pero no me alcanzaba, tenía una hija en la universidad, una hija adolescente en el colegio, y mi esposa no podía trabajar porque tenía que cuidar a mi hijo autista. Trabajé en la calle vendiendo jugos de naranja.

"El 13 de noviembre de 2006 aterricé en Estocolmo y de allí a una comuna en Ange, Suecia. El día anterior había nevado y la temperatura era de menos 15 grados. Mi ropa era un pantalón de dril y zapatos de material. Fue terrible. Me bañé y salí con el pelo húmedo, se me congelaba y se partía. A los dos días vinieron personas de la alcaldía y me llevaron a un almacén donde me compraron ropa y zapatos de invierno. Me dieron un apartamento pequeño de 40 metros cuadrados, justo para una persona, con nevera, estufa y cocina integral. "Me dieron 15 mil coronas (como cuatro millones de pesos), que me alcanzaron para comprar un televisor y lo más necesario, el resto se lo envié a mi familia.

"A los cuatro días comencé a estudiar el idioma y eso fue otro calvario. En el salón había como 30 personas de diferentes países. Hablaban ruso, tailandés, farsi, era gente que venía de países en conflicto. Compré dos diccionarios, unos discos y estudie.

"Pasó más de una año hasta que pude comenzar a trabajar de verdad. Me habían prometido reintegrar a la familia, pero cuando migración se enteró de que mi hijo era autista y mayor de edad no le concedieron los papeles. Ese fue un duro traspié. Solo le dieron la residencia a mi esposa y ella viajó para estar conmigo.

"Me vine para Estocolmo donde conseguí un mejor trabajo pero le comenzó una depresión a mi esposa por la falta de empleo. Lo que ganaba era suficiente para vivir los dos, pero para una persona que no conoce a nadie y donde la gente no brinda mucha amistad era muy difícil. Además, teníamos a nuestro hijo discapacitado en Colombia.

"Allá el rico vive como el pobre y el pobre vive como el rico. Tenía carro, motocicleta, buen trabajo. La oficina de empleo de Suecia lo capacita a uno y le ayuda. Trabajaba en una empresa de instalaciones de equipos de seguridad y ganaba bien.

"En marzo del 2014 murió la mamá de mi esposa. Ella trabajaba en un barco lavando los pisos y haciendo aseo; en Colombia jamás había hecho algo así pero era un trabajo para inmigrantes que no sabían bien el idioma. Viajó y luego no quería volver, se quedó. Yo tenía una depresión por todo esto, llevaba tres años tomando medicamentos y tenía pensamientos suicidas.

"Entré en contacto con la Unidad para las Víctimas donde me dijeron que fuera a la embajada. Me contaron del programa de reparación de víctimas y me dijeron que me inscribiera. Me sentí apoyado y decidí regresar. En diciembre consulté con el médico sueco sobre la situación, porque las medicinas ya no me hacían efecto. Le conté la situación y de mi miedo a regresar. Me dijo: ' tu enfermedad es estar aquí, tu solución es irte del país. Te aseguro que cuando vuelvas ya no tendrás que ir al psiquiatra, cuando vayas para el aeropuerto puedes tirar los medicamentos".

Dios hace todo a la perfección, la empresa en esa semana se declaró en quiebra y comenzaron a sacar empleados. Entonces nos pasaron la carta y me pagaron tres meses de sueldo. Justo a tiempo. Reuní unos ahorros y con la ayuda de la Unidad me vine. Me dieron unas máquinas de coser y con ellas monté una pequeña fábrica de jeanes. Con otro poco de dinero que me dieron por la indemnización y una plata que me prestaron mi yerno y mi hija compré un carro y lo tengo afiliado a Uber. Con eso vivo. Ahora que tengo en mi corazón, primero a Dios y luego a mi familia, le dije adiós a los medicamentos, se acabó la depresión. Volví a sonreír porque en Suecia no lo hacía.