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Con palmas y búfalos en el sur de Bolívar, fomentan la reparación y la reconciliación

Con un machete en la cintura y manejando hábilmente su moto entre palmas de aceite, Jacqueline Liévano, desplazada hace años del corregimiento de Monterrey, en Simití, al sur de Bolívar, revisa la plantación de más de 800 hectáreas entregada por exparamilitares para la reparación de las víctimas, tras su desmovilización en 2006.

En el mismo lote, Jhon Jairo Torres, antiguo integrante de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), tumba con un barretón el fruto de la palma, lo recoge y agrupa en una carretilla, mientras el búfalo que la arrastrará espera pacientemente que termine su labor.

Tanto Liévano, con tres hijos, como Torres, tienen un vínculo con esta tierra, azotada por todos los actores del conflicto armado, de donde una vez salieron desde bandos opuestos y regresaron para trabajar conjuntamente, dejando atrás los rencores del pasado.

“Me dijeron que acá había empleo con las palmas y por eso volví”, dice Liévano, de 33 años, ojos azules y contextura fuerte, quien huyó en la década del 2000 por “balaceras” en la finca donde cocinaba para jornaleros. “Al ver que a 20 metros de la casa había disparos, pensamos que era mejor volarnos. ¿A qué íbamos a volver?” subraya. Después, y con la zona más calmada, se respondería a sí misma.

Torres también regresó por trabajo. Había sido reclutado en el vecino departamento del Cesar, trasladado al sur de Bolívar y posteriormente, llevado a Antioquia. Entregó las armas y se instaló luego en Monterrey. “Cuando nos desmovilizamos, aquí prácticamente no había más donde trabajar sino en la palma de aceite. Donde no hubiese entrado al programa, yo creo que estaría delinquiendo”, comenta.

“Anteriormente sí se veía la rivalidad, pero eso mejoró al mostrar nuevas cosas. Mostrando que uno no es lo que antes había sido; llevando una vida diferente”, asegura con semblante tranquilo el excombatiente que duró tres años en las AUC, de tez morena.

Liévano revisa que las plagas no invadan las plantas, especialmente lo que más las aqueja, la enfermedad de Pudrición de Cogollo –que ellos llaman familiarmente PC-, que puede dejar millones de pesos en pérdidas, si no se combate a tiempo. En tanto, Torres descarga los corozos de los lotes, uno tras otro, hasta que finaliza su jornada, hacia las dos de la tarde.

La palma de aceite de estas casi 800 hectáreas reúne así a víctimas y antiguos combatientes, con el fin de poner a producir la plantación que iniciaron paramilitares del Bloque Central Bolívar (BCB) y que administra temporalmente el Fondo para la Reparación a las Víctimas.

“Al hacer su proceso de reintegración, estas personas vuelven a generar procesos de acercamiento con el territorio. La gente hace el esfuerzo para la convivencia pacífica”, afirma María Eugenia Morales, directora de Reparaciones de la Unidad para las Víctimas. “Se trata de un proyecto que ha pasado de la ilegalidad al Estado Social de Derecho”, añade.

Utilidades para las víctimas

Según la última rendición de cuentas del Fondo, que gestiona esos predios desde la Unidad para las Víctimas, la palma dejó utilidades por 1.500 millones de pesos en 2015, lo que significó un incremento de 300 millones frente al año inmediatamente anterior.

Los recursos quedan pendientes de “ser entregados una vez se dé la sentencia de Justicia y Paz (de acuerdo con la ley 975 de 2005)”, subraya Juan Camilo Morales, coordinador del Fondo de Reparaciones. Ese fallo judicial debe reconocer a las víctimas del comandante del BCB, Rodrigo Pérez Alzate (“Julián Bolívar”), su derecho a una compensación económica por los daños sufridos.

Además de la entrega de indemnizaciones a partir de esas ganancias, queda pendiente también la decisión de propiedad sobre varios de los predios, porque campesinos de la zona argumentan despojo y tienen demandas en curso para que se les devuelva la tierra.

“Quince de estas fincas tienen reclamaciones de restitución”, asevera Morales. “Administramos el predio mientras los jueces deciden reclamos de tierras”, insiste.

De acuerdo con la ley 1448 de 2011 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras), en caso de que los togados hallen la razón a los demandantes, las decisiones judiciales pueden contemplar tres opciones: entregarles tanto la tierra que les fue arrebatada como los cultivos que estén allí presentes, darles una tierra equivalente en extensión y características, o proporcionarles el dinero que costaría su propiedad.

El conjunto de estas tierras en Monterrey, sur de Bolívar, hace parte de los 1.312 bienes de grupos armados ilegales que el Fondo administra para reparar a las víctimas del conflicto armado. “Éste es uno de los más valiosos”, agrega el funcionario.

Búfalos, también para las víctimas

Cuando los paramilitares del BCB entregaron este predio, no sólo abandonaron hectáreas enteras de cultivos sino también los búfalos que sacaban su fruto. Estos animales, considerados los más aptos para arrastrar los corozos por sus patas especiales para terrenos pantanosos, permitían continuar con la cosecha aunque lloviera a cántaros.

Por eso, eran apetecidos por los alzados en armas. Después de la desmovilización, los búfalos, con al menos 700 kilos cada uno, quedaron rondando la zona. Bajo la administración de la Unidad para las Víctimas, se han ido reuniendo y amansando nuevamente en el predio, aunque un centenar continúa su vida salvaje.De los más de 50 que han regresado al redil, unos trabajan en los cultivos de palma y el resto se prepara para que víctimas del conflicto les saquen rendimientos, a partir de lácteos y cárnicos.

“Nunca en mi vida había trabajado con ellos, les tenía pánico. Pero ya les he perdido un poquito el miedo”, confiesa Kelly Obregón, quien hace parte de las 44 mujeres que desde septiembre del año pasado se preparan para impulsar este otro proyecto productivo con las bestias.

Obregón, de unos 32 años, llegó al sur de Bolívar tras venir desplazada del departamento de Sucre. El miedo le impedía salir de la finca donde vivía, al comienzo. Los búfalos la ayudaron a socializar con otras mujeres con similares historias de vida.

“Me he relacionado con otras personas que antes miraba sólo de lejitos. Ya no sólo las miro sino que nos tratamos, nos conocemos, nos relacionamos entre nosotras mismas y hemos conocido las historias de vida de unas y otras”, agrega, con una sonrisa en la boca.

“Me daba susto volverme a meter en la boca del lobo pero gracias a Dios que, con todo y la historia que hay acá, me siento tranquila”, añade.

La Unidad para las Víctimas pretende que ellas mismas administren el proyecto con búfalos, una vez terminen de capacitarse en temas de cooperativismo y producción de lácteos y cárnicos.

“La idea no es entregarles todo y soltarlas sino hacerles un seguimiento, que es supremamente importante”, asegura Adriana Blanco, quien administra estos terrenos para el fondo.

Entre tanto, las mujeres se entrenan cada día ordeñando a las bestias, amansándolas y aprendiendo a conocerlas. Además, cuidan cultivos para su subsistencia en el predio Vistahermosa, que una década atrás era centro de entrenamiento de paramilitares.

“Hay una expectativa grande”, afirma por su parte Rosa Nieves Piñeros, de 44 años, quien reunió a las víctimas de la zona para integrar el proyecto. “Nos fortalece como grupo, y nos fortalece a nivel personal y familiar”.