Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

Nubia

El encuentro de una víctima con el ‘Papa cariñoso’

-¡Cálmese!, ¡cálmese! Tranquila, le va a dar algo.

-Señorita, ¡es que usted me está diciendo que me van a llevar a ver al Papa! ¡Me voy a morir!

La semana pasada, Nubia estaba en su clase de Técnica en Manejo de Cárnicos, en el Sena, cuando su celular timbró y le llegó la noticia: debía hacer maletas porque al mediodía de este jueves 7 de septiembre, emprenderá camino rumbo a Villavicencio, Meta, donde hará parte de la comitiva de víctimas que se encontrarán con el Santo Padre Francisco.

No sabe por qué, pero afirma que cuando se dio cuenta de que el Sumo Pontífice estaría en Colombia, “tuve la certeza de que estaría allí para verlo”. Se lo había dicho a algunas amigas suyas, quienes se rieron con ternura y le dijeron: “sí….claaaaaaro”.

Ayer se dio una vuelta por el centro de Cali para buscar los escapularios y las estampitas que llevará para que el Papa los bendiga y así tenerles a sus incrédulas amistades un recuerdito amoroso de ese, el que será uno de los días más especiales de su vida.

En la llamada “milagrosa”, funcionarios de la Unidad para las Víctimas le dijeron que en lo posible fuera vestida de blanco y que llevara pocas cosas para que estuviera cómoda.

Que la recogerán en el aeropuerto de Bogotá y que viajará por tierra hasta los Llanos, donde asistirá al encuentro de más de cuatro mil sobrevivientes del conflicto armado colombiano con el ‘Papa cariñoso’, como lo llama ella. Este anhelado encuentro será realidad el mañana viernes en un lugar llamado La Maloca, donde convergerán historias de víctimas de la guerra de todas las regiones del país.

Allí habrá dos momentos: en el primero, en el que los asistentes pondrán en una cartulina un mensaje alusivo a la reconciliación. Y en el segundo, cada uno podrá tejer una manilla con tres hilos de distintos colores, la cual será entregada a otra persona, en un acto que simboliza la construcción colectiva de la paz.

Nubia, bugueña, enérgica y de 42 años de edad se pregunta -con ansiedad y algo de temor- que “últimamente me están pasando cosas tan lindas, como esta invitación a encontrarme con el Papa, que si será que me va a morir pronto”… ¿Por qué esta mujer que sonríe sin esfuerzo lanza semejante conjetura?

“Mi vida no ha sido así siempre. Hay dolores muy profundos que uno lleva aquí, en el alma”, dice. Ella habla de lo que pasó con su existencia luego de fugarse con su gran amor, tener un hijo y conformar un hogar. Esa familia fue a parar por cuestiones de trabajo a un pueblito chocoano llamado Viro Viro, “por allá metido en la selva”, donde no tardó en dañarlo todo la violencia.

“Esos hombres (a los que no menciona siquiera con un nombre, pero que integraron grupos paramilitares), cobraban vacuna por todo, sembraban miedo por todo. Cuando llegaban al pueblo yo salía corriendo a buscar la  lancha para huir a otro caserío. Temía que me violaran; y, la misma gente del pueblo me lo advertía: usted es blanca, se nota mucho y ellos la van a querer coger”, añade.

Eso, por fortuna (dice persignándose), no pasó. Pero la familia no logró escapar de la crueldad del conflicto. Su esposo jamás quiso someterse a las extorsiones y decidió no pagar, no darles a los ‘paracos’ el fruto de su trabajo que, siempre dijo con convicción, era sólo para su hijo.

El caso es que un día el hombre salió trabajar, como siempre, con minería y madera, y jamás volvió. De eso ya han pasado ocho años y sólo hay versiones que dicen que fue picado y tirado al río o que está enterrado en otro pueblo.

Con el terror y el dolor impregnados en su piel, Nubia escapó a Cali con su hijo a los pocos días de la desaparición su esposo, dejando todas sus pertenencias. “ ‘Siga preguntando y verá que le pasa lo mismo’, fue lo que me mandaron a decir”, relata.

Nubia llora contando que llevó a su hijo, entonces de once años, a comer pizza para decirle de la manera más calmada posible (y lo intentó con todas sus fuerzas) que no sabía dónde estaba el papá, que tal vez algo malo le había pasado. Eso, confiesa, jamás dejará de ser una espina que le arde en el corazón, aunque su muchacho hoy tenga 21 años y sea todo un señor.

“Él aún lo espera, dice que su padre está vivo, ellos eran la adoración del otro y tiene la férrea convicción de que va a aparecer”. Cierra los ojos y un silencio amargo llega cuando hace memoria.

Según el Gobierno Nacional, en el Valle del Cauca se han registrado 8.542 declaraciones por desaparición forzada en medio del conflicto. La del esposo de Nubia es solo una de ellas y también es una de las tantas que aún espera por la tan anhelada verdad que les permita descansar un poco.

“Que nos digan ¿qué fue lo que pasó?, ¿dónde está?, tener una adiós digno…eso queremos”. Bien dicen que cada uno es dueño de sus miedos y esta mujer, que tuvo que empezar la vida de cero nuevamente en Cali, prefiere no mostrar su rostro cuando cuenta su historia.

Secándose las lágrimas que le traen los recuerdos reconecta con el presente y ahora llora de orgullo cuando dice que su hijo es bailarín, “de los mejores” y que está de gira con una compañía en Turquía, que es un chico bueno pese al entorno tan duro que le ha tocado en el barrio Manuela Beltrán y que siempre le enseñó a no sentirse “pobrecito” por su condición de víctima de la guerra.

Cuando le preguntan que si perdonó a “esos hombres” que le hicieron tanto daño sólo reflexiona que ella no tiene ni siquiera a quién perdonar porque no saber a ciencia cierta lo que pasó la deja en una total nebulosa, que ella lo que hizo fue sanar, “para mí misma, para no morir en vida, para ayudar a sanar a mi hijo”.

Su decisión, en palabras textuales, “fue ponerle color rosa la vida y ser la mejor mamá que pudiera”. Por ello trabajó operando máquina plana, estudió estética en las noches y se dedicó a sacar adelante esta familia que, a la fuerza, quedó conformada por solo dos miembros.

Por eso hoy ríe generosamente cuando conversa y dice que algún día, “si Dios lo dispone”, volverá a estar lista para el amor. Pese a tanto dolor vivido, Nubia salta de alegría cuando le entran llamadas como en la que la invitaron a ver al Papa.

“¿Que si yo sería capaz de decirle algo a Santo Padre? ¡Ja! ¿y es que usted sí tendría palabras? Creo que lo único que podría hacer es sonreír”…