Escudo de Colombia y texto de la Unidad para las Víctimas
Historias de vida

José Jairo Galindo

José Jairo Galindo al fin pudo cumplir su sueño: es arrocero en Norte de Santander

A los 16 años, José Jairo Galindo Cardozo dejó a sus padres y hermanos en Tolima para buscar un lugar que le garantizara fortuna en Colombia. Recorrió varios pueblos del Caribe colombiano, pasó a Cúcuta y se fue hasta Venezuela, en busca de una tierra fértil que le ayudará a construir una vida cómoda para él y los hijos que fueron llegando en esos años.

Después de 16 años de correría entre los dos países, decidió establecerse en Tibú, municipio ubicado al centro oriente de Norte de Santander, en  límite con Venezuela. En esta localidad, que hace parte de la región conocida como el Catatumbo –en honor al río que la atraviesa-, trabajó primero  como  jornalero en una finca y luego como trillador de arroz.

Solo fue a finales de la década de los 80s que  el sueño empezó a cumplirse. Sus ganas de tener una tierrita se las respaldó el Incora, que por esos años estaba adjudicando predios a campesinos en la región. José Jairo logró que le dieran unas hectáreas y comenzó a convertirse en arrocero.

Ya era propietario. Tenía su finca, su tierra y todo empezaba a mejorar para su familia. Sin embargo, la felicidad duró hasta que los grupos al margen de la ley llegaron a la zona obligando a huir de sus casas a quienes no aceptaban sus órdenes.

“Empezaron a  matar a los vecinos. Primero fue Jairo García. Su ataúd lo cargamos con Gotardo Parada y ese día él en broma comentó: ¿y ahora, quién será el siguiente? A los pocos días lo mataron a él. No hubo razón o motivos, sólo sabíamos que estaban matando a todos por allí”, recuerda hoy José Jairo, a los 63 años.

“Después del asesinato de Gotardo -agrega-  empaqué y me fui con mi mujer y dos hijos, por allá en 1993. Dejamos todo tirado, nadie miraba para atrás. Sacamos lo que pudimos, era peligroso. La primera parada fue en Cúcuta, luego seguimos a Tolima, donde se quedó mi mujer y mis hijos y yo seguimos a Bogotá buscando empleo. Lo conseguí en una tintorería, donde me quedé un tiempo. Después volví a Venezuela, a trabajar en fincas y me fue bien, me dieron hasta nacionalidad y me jubilaron al cabo de unos años”.

La época de venezolano de José ocurrió durante el gobierno del comandante  Hugo Chávez Frías, cuando muchos colombianos fueron cedulados  con poco papeleo. “Estaba contento con mi pensión, mi familia también se vino a Venezuela, pero de un día para otro me  quitaron la pensión, no me llegó más y entonces nos regresamos  a Colombia, por Cúcuta, otra vez, a ver por dónde empezábamos”.

El regreso de la familia Galindo coincide con la aprobación de la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras, 1448 de 2011, creada para proteger, asistir, atender y reparar integralmente a las víctimas del conflicto armado en el país que, como ellos,  habían sido desplazados de sus hogares y de su cotidianidad.

José Jairo decidió acogerse a la ley e inicio la solicitud de Restitución de Tierras, de la finca Villa Nueva donde soñó ser empresario en el sector arrocero. Sin  dejar de sentir miedo por todo lo sucedido,  siguió el proceso acompañado de los profesionales de la Unidad de Restitución de Tierras, y en el año 2014, mediante providencia emitida por el  Tribunal Superior del Distrito Judicial de Cúcuta le restituyeron su predio. Después  de la entrega, los profesionales territoriales de Unidad lo siguieron acompañando en la reparación integral.

“Nos indemnizaron por el lado de la Unidad Para las Víctimas y la Unidad de Tierras nos respaldó con un  proyecto productivo, lo que sirvió para arrancar con la primera cosecha, en 2015. Ahora vamos poco a poco. Tengo varias hectáreas cultivadas y una que otra fruta de apoyo. El fuerte es el arroz. También tengo cachama en un estanque. Se puede trabajar bien si hay tranquilidad”, asegura.

Dos y tres días a la semana hace un viaje de una hora entre la ciudad de Cúcuta y el poblado  Villa Nueva,  para mirar cómo va el nivel del  agua, si hay plaga y si el grano está germinando bien. Mirando sus ocho hectáreas cultivadas, ahora tiene otro sueño: una trilladora para sacar al mercado arroz blanco y seguir mejorando su empresa. Ahora, con  paz en  estas tierras, le queda más fácil seguir haciendo realidad sus sueños.